NESTOR “PATO” FIORDA, EX BASQUETBOLISTA, EN ¿TE ACORDAS, HERMANO?
“Dejé la piel en las canchas”
El “Pato” Fiorda ganó más de 40 títulos de básquet. Militó en la liga local pero también en la bahiense, además de jugar para seleccionados locales y provinciales. Tuvo como rivales a estrellas del baloncesto como “Manu” Ginóbili y bautizó “Pepe” al destacado Juan Ignacio Sánchez. Su inmensa trayectoria deportiva, en un mano a mano con “El Periodista”. ¿Te acordás, hermano?
En sus 25 años de actividad con la naranja, el “Pato” Fiorda levantó más de cuarenta copas y salió campeón en cuatro décadas distintas
Néstor “Pato” Fiorda lleva la camiseta del Globo pintada en la piel. A la hora de desandar su dilatada trayectoria, ostenta números que pueden sorprender a cualquiera. En sus 25 años de actividad con la naranja, levantó más de cuarenta copas y salió campeón en cuatro décadas distintas. Por si fuera poco, en reiteradas oportunidades formó parte de seleccionados locales y provinciales (en los que incluso resultó goleador), además de destacarse en una liga tan competitiva como la de Bahía Blanca. Compartió plantel con figuras estelares del baloncesto nacional, y fue el responsable de que a Juan Ignacio Sánchez, (integrante de la “Generación Dorada”) todo el mundo lo conociera luego como “Pepe”. “El Periodista” repasa en estas páginas la carrera de un notable exponente del básquet tresarroyense.
¿Cuándo comenzaste en el básquet, “Pato”?
A los cinco años, ya era la mascota del plantel Huracán, porque mi papá jugaba. Ingresaba con ellos a la cancha. Te hablo de una época en la que todavía no existía el minibásquet, allá por el año 1969. Pasé por todas las disciplinas del club, pero me decidí por la naranja; allí desarrollé todas las formativas hasta los 17 años. En Infantiles conservo el récord de puntos convertidos en un partido, en el que anoté 82. Sin embargo, vale mencionar que a los 15 años, en 1979, debuté en Primera División, en la vieja cancha de Costa Sud, aunque dos temporadas atrás ya me habían convocado para integrar plantel pero no ingresé. En ese año 79 formé parte del equipo campeón de Huracán, que componían entre otros “Bocha” Locatelli, Vicente Corrales, Romagnoli, Elichiry y Cornejo.
A poco de jugar en Primera, comenzaste a ser citado para integrar seleccionados juveniles locales…
Ya con 17 años, salí subcampeón con la Selección de Tres Arroyos en el Provincial de Juveniles; perdimos la final ante un formidable equipo de Bahía Blanca, en el que jugaban Hernán Montenegro, Juan Garayzar, Fabián Horvath, Claudio Severini y Sergio Pettorosso. Como resultado de esa actuación (salí goleador del torneo) me convocaron para la Selección de Provincia de Buenos Aires que jugó el Campeonato Argentino de Entre Ríos. Allí perdimos por un doble en el partido decisivo ante Córdoba, que contaba en su plantel con monstruos de la talla de Campana y Milanesio.
Por ese entonces, ya te habías ido a jugar a Bahía Blanca…
Exacto, en el 82 me fui a Bahía Blanca. Uno de los primeros logros importantes en ese paso por el certamen bahiense fue la consagración con El Nacional en el año 1984, hecho trascendente que vino a romper con una marcada hegemonía que hasta entonces ostentaban Estudiantes y Olimpo en cuanto a títulos. Integraba un equipo excepcional que promediaba 100 puntos por partido, con el dato no menor de jugar sin americanos en una época en que todos los planteles los habían incorporado. Era la antesala de la Liga Nacional.
¿Qué aprendiste de tu paso por la liga bahiense?
Recuerdo que sobre mi juego siempre hacían un comentario a modo de broma: me decían que para mí la cancha estaba inclinada, ya que atacaba a 150 kilómetros por hora y volvía a defender a 20. En ese nivel de básquet, tuve que aprender a defender mejor para estar a la altura de la exigencia. También me obligaron a cambiar de posición; hasta ese entonces jugaba de pivot, pero mi estatura de 1,90 no era suficiente para esa competencia, por lo que debí salir un poco más afuera, aprender a moverme de frente al cesto y tomar tiros más lejanos, incluso de tres puntos. Imaginate que en esa época comenzaban a aparecer internos de 2,05 o 2,08, se me iba a complicar… De cualquier manera, la adaptación no me costó demasiado.
Otra de las cosas a la que debí acostumbrarme fue a entrenar todos los días, cuando aquí en Huracán lo hacíamos tres veces por semana. Lo mismo me ocurrió cuando integré los seleccionados de Provincia, en los que se practicaba doble turno. Y desde lo táctico, es justo reconocer que en Bahía me enseñaron a entender un poco mejor el juego.
¿Quién considerás que fue el mejor técnico que te dirigió?
Sin lugar a dudas, Carlos Spaccesi. En cuatro meses nos preparó, y nos sacó subcampeones provinciales de juveniles, en aquella Selección de Tres Arroyos que antes mencioné, en 1982. También me dirigió luego en selecciones de Mayores; con él ganamos el Pre Provincial ante Junín en el 85, y mantuvimos la categoría en el 86, en una época en que Pergamino y Bahía contaban con planteles muy poderosos. Integraban esos equipos tresarroyenses Pablo y Martín Goizueta, “Lolo” Ongarini, Valle, entre otros. Esos fueron mis mejores años; jugaba en el torneo de Bahía Blanca (N de la R: allí también vistió las camisetas de Argentino y La Falda) y venía a completar los planteles tresarroyenses para esas competencias.
¿Cuánto tiempo jugaste en Bahía Blanca, y cuándo regresaste a la liga local?
Siete años jugué en Bahía, y en ese intermedio también integré un equipo de Huracán que disputó el Provincial de Clubes, que perdió contra Quilmes de Mar del Plata y ante un gran equipo de Liniers, que contaba entre sus filas a Juan Alberto Espil.
En 1987-88 volví a jugar a Huracán, luego disputé un Provincial de Clubes con la camiseta de Costa Sud, en el 89, y en 1990 me llamaron desde Rivadavia de Necochea. Posteriormente, durante las temporadas 91 y 92 regresé a El Nacional de Bahía Blanca, y en la primera de esas dos volví a coronarme campeón, con algunos sobrevivientes de la “vieja guardia” del 84. Clasificamos para la Liga B, pero no pudimos jugarla porque el club no tenía los recursos económicos para hacerlo.
En 1993 regresé definitivamente a la liga local, en la que hilvané once temporadas consecutivas en el Globo, una época en la que ganamos muchos torneos consecutivos. Terminamos en una oportunidad invictos, con una racha de 32 victorias al hilo. Hablo de planteles que integraban jugadores como Manuel Locatelli, “Lucho” Granda o Leandro Fjellerup, por citar algunos.
¿Sacaste la cuenta de cuántos títulos ganaste?
A nivel local sumo 37 en Primera División, en clubes. Si agrego tres más que obtuve en Bahía y alguna competición provincial, sobrepaso los cuarenta. En la época que mencionaba de las once temporadas consecutivas en Huracán, se disputaban hasta cinco títulos por año, algunos de ellos más cortos que el Oficial. Ahora se hace uno solo.
¿En qué año llegó el momento de decir adiós al básquet?
Me retiré en el 2003, luego de veinticinco años en Primera, cuando me faltaba un mes para cumplir los 40. Si sumo la etapa de divisiones formativas, acumulé 35 años jugando al básquet. Puede decirse que dejé la piel en las canchas, algunas de ellas sin parquet (risas).
¿Ante qué rival te predisponías de manera especial para jugar?
Como hombre de Huracán, siempre el clásico fue con Costa Sud, pero yo quería ganar siempre, ante cualquiera. No me importaba quién estaba enfrente, yo quería salir campeón. A veces el rival a vencer era el del clásico, otras tantas Club de Pelota, quizás Alumni, pero yo siempre me preparaba de la misma manera. Reconozco que era de hablar mucho con los árbitros, de protestar, por eso algunos rivales no me querían. Siempre se aprenden las mañas en este deporte. Pero actualmente, a la vuelta de todo, guardo muy buena relación con muchísima gente del básquetbol.
¿Con quiénes armarías el quinteto ideal del básquet argentino?
Incluiría a “Manu” Ginóbili, a “Beto” Cabrera, “Pichi” Campana, el “Loco” Montenegro y Luis Scola. Puedo decir que afortunadamente jugué frente a cuatro de esos cinco. Contra Ginóbili disputé dos amistosos en nuestra ciudad en 1998, uno en cancha de Huracán y el restante en el Microestadio de Costa Sud, ocasión en la que vino junto a “Pepe” Sánchez, que por ese entonces militaba en el básquet universitario de EE.UU.
Justamente el apodo de “Pepe” a Juan Ignacio Sánchez es de tu autoría…
Cuando jugaba en El Nacional, era asistente técnico de las formativas que dirigía Fabián Horvath. Tenía la costumbre de ponerles apodos a todos los chicos que venían a entrenar. Y cuando llegó Juan Ignacio, noté que tenía una similitud con un personaje de la revista “El Tony”, “Pepe” Sánchez, flaquito y rubio. Como el apellido y la fisonomía coincidían, le quedó justo. Con los años, ese pibe llegó a ser campeón olímpico, y una de las figuras de la “Generación Dorada”.
¿A quiénes elegirías como compañeros ideales en un quinteto inicial, de aquellos con los que jugaste?
Es una elección difícil, pero creo que destacaría a Hernán Montenegro, a Juan Carlos Merlini y “Bocha” Calvo de El Nacional, y a Manuel Locatelli de Huracán.
¿Qué sentimientos te generó y te genera el básquet?
Ya te dije, yo entraba a la cancha a ganar, me transformaba. Si me tenía que pelear con cualquiera no importaba, aunque era consciente de que esa rivalidad se terminaba ahí. Yo cambiaba todos los títulos o reconocimientos individuales por salir campeón, pasa que eso no ocurre tan a menudo. Y lo sentimental, en cuanto al amor por la camiseta, lógicamente me remite a Huracán, que siempre será mi segunda casa. También guardo un afecto especial por El Nacional de Bahía Blanca, que me trató muy bien, y en donde conservo grandes amigos. Y por supuesto, siento el orgullo de haber defendido los colores de la Selección de Tres Arroyos y de la de Provincia de Buenos Aires, una camiseta muy pesada en la época en que se jugaban los certámenes argentinos.





