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LA HISTORIA DE ISIDORO JUAN BROILO,
EL CURA GAUCHO
Padre Nuestro
De niño padeció la miseria. Quizás
por eso, cuando se ordenó sacerdote, tuvo en claro cuál
era su misión en la vida: proveer techo y comida a los más
necesitados. Y a tal fin dedicó sus energías. Jugó
y ganó a la lotería, organizó domas y partidos de
truco. En bicicleta recorrió Tres Arroyos en busca de donaciones.
Golpeó puertas, expuso ideas, venció resistencias... Al
final, concretó una obra increíble: un barrio de 72 viviendas
denominado "Ranchos Virgen de Luján". A más de
una década de su desaparición física, "El Periodista"
reconstruye la historia de Isidoro Broilo, el cura gaucho
A Isidoro Broilo la infancia le dejó una marca
indeleble que orientó su camino durante toda la vida. Nacido en
Tornquist, en el seno de una familia campesina y humilde, la miseria y
las privaciones no guardaron secretos para este profeta elegido por Dios.
Y quizás el recuerdo de los días en que transitó
las calles descalzo lo llevaron a identificarse con los pobres y a luchar
para modificar una realidad que había sufrido en carne propia.
Los designios divinos lo guiaron hasta el seminario de La Plata donde
se ordenó como sacerdote en 1949, apadrinado por un miembro de
la familia Tornquist. Seis años después, la muerte del párroco
Angel Arriandaga, le abrió las puertas de nuestra ciudad para ser
nombrado al frente de la Iglesia Nuestra Señora de Luján.
Cuestionado muchas veces por sus ideas revolucionarias para la época,
la figura de Broilo no pasó desapercibida en la comunidad. Porque
a pocos días de su arribo, desconcertó a los fieles con
un cartel que se erigía en la puerta de la parroquia recordando
al cristiano que "Lea la Biblia", algo que entonces no era habitual
y que provocó desconfianza y rumores entre la gente, que por lo
bajo se preguntaba si el recién llegado no sería un cura
protestante.
A este hombre humilde, de temperamento fuerte, nada lo detuvo en su obsesión
de brindar techo y comida a los sectores más postergados, procurando
revertir una realidad injusta y plagada de privaciones. Invirtió
su vida y su ingenio en esta misión, convencido de que con voluntad
nada era imposible de lograr. Se inspiraba en la obra del abad Re de Francia,
que juntaba los trapos de la basura para venderlos y distribuir la ganancia
entre los pobres, lo que reafirmó en Broilo la creencia de que
los sueños estaban al alcance de la mano y que sólo bastaba
la fortaleza para hacerlos realidad porque, según decía,
"si él saca los trapos de la basura, ¿yo acá
no voy a poder hacer algo?".
Fue la suerte, el destino o la mano de Dios, la que hizo que el billete
de Lotería elegido por el cura resultase ganador, lo que dio el
puntapié inicial para su proyecto de construir viviendas dignas
para los sectores de bajos recursos. Y la creatividad de Broilo hizo lo
demás.
Así organizó domas, partidas de truco y en su bicicleta
emprendió un largo peregrinar por el pueblo, golpeando puertas,
exponiendo sus ideas y venciendo resistencias hasta lograr que sus anhelos
se transformen en los sueños de una ciudad y su campaña
de la bolsa de trigo se convirtiera en una obligación para muchos.
El no dejaba que fuera de otra manera y sabía tocar el corazón
de la gente, que hasta llegaba a donar una importante cantidad de bolsas,
antes de conocer los resultados de la cosecha. Cuando alguno hacía
la promesa de ofrecer un donativo, el padre procuraba que esa intención
no quedara en el olvido e insistía hasta que lograba que el ofrecimiento
se concrete. Y como pocas veces había ocurrido, gente de todos
los credos se acercaba a entregar lo que podía, para que la obra
se hiciera realidad.
En el corazón triguero de la provincia impuso como una tradición
que aun perdura la bendición de las espigas de trigo que auguran
prosperidad y una buena cosecha. El misionero de Dios, que impulsó
la campaña de la bolsa de trigo, fue reconocido con la Espiga de
Oro en una de las primeras ediciones de la fiesta bonaerense. Siguiendo
su estilo de renunciar a lo propio para brindarlo a los demás,
ese día el hombre que había comenzado la obra de edificación
de un barrio, eligió para la ocasión un viejo e inmenso
traje que le había donado una viuda. Fue una lucha para sus colaboradoras
convencerlo de que debía ir bien vestido al evento en el que estarían
presentes las máximas autoridades provinciales. Pese a su resistencia,
tuvo que estrenar un traje nuevo que ellas compraron para él.
Este hecho anecdótico no es más que un reflejo de la vida
humilde que eligió Broilo para sí. La comunidad, que en
un principio se mostró reticente a los nuevos aires de la Iglesia,
supo reconocerlo y quererlo, al punto que los fieles se unieron para regalarle
su primer auto en donde nunca faltó un puñado de espigas
visibles en el tablero.
Su mayor obra
Quizás su lucha más difícil
fue vencer la resistencia de la gente que no veía con buenos ojos
que se regalaran viviendas a los más humildes, con el temor de
que las cosas obtenidas sin sacrificio no llegaran a valorarse. Pero el
padre, que conocía de privaciones, tenía en claro que la
dignidad de los hombres pasaba por tener techo y comida, al punto tal
que él mismo se encargó de que lo sientan como su hogar.
Porque la misión no sólo era dar, sino también "enseñar
a pescar" a aquellos que, en muchos casos, llevaban toda una vida
en la calle.
Cuenta una anécdota que el cura, que sentía devoción
por las plantas y las flores, transmitía esto a las mujeres e intentaba
que ellas realizaran su propio jardín. Un día en la entrada
de una de las casas del barrio, encontró plantados pedazos de estatuas,
que una mujer había recolectado entre la basura para adornar su
casa, como símbolo de agradecimiento a la persona que había
hecho tanto por su familia.
Desde los '60, y en pocos años, el padre Broilo pudo ver terminado
su barrio de 72 casas al que bautizó "Ranchos Virgen de Luján"
en homenaje a los ranchitos que estaban alrededor del sitio donde se asentó
la Virgen. Siguiendo su devoción hacia esta figura, el colegio
-también obra suya-, lleva el nombre de "La Virgen de la Carreta".
Cuando vio la concreción del barrio, la gente se tornó más
crédula y supo que la obra de Broilo tenía sentido. Hasta
el prestigioso creador Raúl Soldi reconoció al padre en
el ex ABC y se ofreció de manera anónima a pintar la parroquia.
Pero Broilo no advirtió que se trataba de un artista y pensó
en los gastos que conllevaría la pintura de la Iglesia, por lo
que prefirió no encarar ese proyecto y recién cuando le
contó a sus allegados, supo con quien se había encontrado
aquella vez.
El crecimiento de la obra de Broilo se fue apagando cuando éste
contrajo una grave enfermedad, que no alcanzó a opacar su espíritu
y energía. La historia de su extremaunción no hace más
que dar cuenta de la lucidez de un hombre que luchó hasta el final.
Cuentan que durante su internación en Bahía Blanca, el obispo
llegó hasta la habitación a brindarle el último sacramento
y mientras recitaba las oraciones habituales en estos casos, Broilo lo
detuvo para atender el llamado telefónico de su discípulo
Torquatti y bromear con él durante media hora, mientras el obispo
esperaba para seguir con la ceremonia.
A poco más de una década de su desaparición física,
la Iglesia de Luján sigue siendo la casa de Broilo, el elegido
de Dios para llevar adelante una obra que perdurará en la historia
y el corazón de un pueblo que, impulsado por la voluntad férrea
de un hombre, supo acompañarlo para concretar su misión.
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