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EL PRIMER ROBO A UNA ENTIDAD CREDITICIA
QUE REGISTRA LA HISTORIA LOCAL
El día que asaltaron el Banco Comercial
El viernes 1º de marzo de 1963 dos malvivientes
asaltaron a mano armada el Banco Comercial de Tres Arroyos. Uno era local,
por lo que se cubrió el rostro con una capucha para evitar ser
reconocido. Su cómplice, un foráneo novato, participó
de la acción con un revólver de juguete, por temor que se
le escapara un tiro. Huyeron en un maltrecho jeep descapotado, que pasó
desapercibido a los ojos de la policía. Fue la primera vez que
se robó un banco en la ciudad. Sobre la base del testimonio de
testigos, "El Periodista" reconstruyó aquel hecho policial
de características novelescas
Entraron a mano armada, uno de ellos encapuchado, ocultando
su rostro. El otro operaba a cara descubierta. Eran dos malvivientes y
estaban cometiendo un hecho delictivo inédito en Tres Arroyos:
era el primer asalto a un banco que se producía en esta ciudad,
que por entonces tenía cuatro entidades crediticias: Nación,
Provincia, Español y Comercial.
El viernes 1º de marzo de 1963 la casa central del Comercial había
cerrado ya sus puertas para la atención al público, por
lo que internamente estaban siendo concluidos los trabajos del día.
Fuera del edificio sólo quedaban los ordenanzas que, como en ese
tiempo no había Caja Compensadora, trasladaban en maletas los cheques
negociados de un banco a otro.
Precisamente fue a través de estos que los malhechores ingresaron
al banco, tomaron como rehenes a sus empleados y alzándose con
un cuantioso botín compuesto por dinero en efectivo, huyeron a
pie durante una cuadra, hasta llegar al auto con el que protagonizarían
el escape, burlando todos los obstáculos que se le pusieron por
delante.
Entrada en escena
Spata, tal el apellido de aquel ordenanza del Banco Comercial,
regresaba de hacer su trabajo con los cheques. En la puerta de acceso
del personal, por calle Istilart, se encontró con Ledesma, su par
del Banco Nación, que valija en mano traía consigo los valores
que habían sido operados en la entidad distante apenas una cuadra.
Ambos se aprestaban a entrar cuando, de la nada, surgieron dos individuos,
armados con revólver, que apuntándoles a la cabeza los utilizaron
de escudo para ingresar al establecimiento.
Dentro del banco estaban todos los empleados, que no eran más de
20. Uno de los malvivientes escondía su rostro bajo una capucha.
El otro actuaba a cara descubierta.
Arriba las manos
Portando armas en mano, se dirigieron directo al escritorio
de Alberto González, el gerente. A partir de este, fueron reduciendo
uno a uno al personal, poniéndolo manos arriba y aclarándoles
que era un asalto.
Los reunieron en la sala central, pidiéndole a Osvaldo González,
el tesorero, la llave de la deseada bóveda. Presa del miedo, González
se había quedado inmovilizado, por lo que no reaccionaba ante la
requisitoria de los asaltantes. Algunos compañeros tuvieron que
gritarle para sacarlo de su parálisis y hacer que, efectivamente,
cediera a las demandas de los dos malvivientes.
El que actuaba a cara cubierta, cuando entabló diálogo con
los empleados, les dispensó un trato familiar. Sabrían después
que se trataba de Robert Darwin Sabatini, de 29 años, hasta entonces
un delincuente menor de Tres Arroyos, que escondía su identidad
para evitar ser reconocido. Su secuaz en la jornada era Antonio Ordínez,
37 años, productor agropecuario de Las Oscuras, partido de Coronel
Dorrego y novato en esto de los robos. No era de Tres Arroyos, por lo
que mostrarse poco le importaba. La del Banco Comercial era su primera
maniobra delictiva. Los empleados del Comercial llegaron a sospecharlo,
pues actuaba con evidentes signos de nerviosismo.
Revólver de juguete
Tal era el grado de estrés que la acción
que estaba desarrollando provocaba en aquel hombre que, ante el temor
de que pudiera escapársele un tiro, Sabatini le arrebató
el revólver dentro del banco, dándole el suyo a cambio.
La razón de aquella maniobra, muy sencilla: el revólver
de Sabatini era de juguete, por lo que mal podría -aunque el resto
de las personas del lugar no lo supiera-, hacerle mal a alguien.
La sensación que se vivía en la sala del banco era mezcla
de sorpresa y susto. Todos obedecían las directivas.
Con el tesoro abierto, los ladrones cargaron dos bolsas de arpillera repletas
de dinero. Incluso, sin hacer caso a lo que les habían dicho, agarraron
también billetes sellados como inservibles, ubicados en una pila
aparte. Los empleados les habían advertido de la inutilidad de
los mismos. Pero la sed de botín parecía insaciable en Sabatini
y Ordínez, que no dejaron papel que les pareciera valioso sin cargar.
Una vez que la faena estuvo completada, hasta lograr la huida, decidieron
encerrar a los rehenes en el subsuelo del banco.
El trato hasta ese momento había sido cordial. Y seguiría
en la misma tesitura. Llamó la atención de no pocos, el
hecho de que uno de los ladrones indudablemente conociera a los empleados:
"Pasa vos, Foulkes; ahora vos, Medina...", repitió el
encapuchado, mientras uno a uno los hacía descender al subsuelo.
Increíble huida
Salieron por la misma puerta por la que habían
entrado. Los bancos en esa época no tenían custodia ni garita,
por lo que el único escollo que podían encontrar -los mismos
empleados-, había sido salvado.
Nadie por la calle se percató de que, aquellas dos personas -Sabatini
se había quitado la capucha-, que caminaban con bolsas de arpillera
llenas de algo, estaban trasladando 5.000.000 de pesos, el botín
más espectacular que, hasta allí, se había producido
en un robo a mano armada en la ciudad. Es más, estaban haciendo
historia, robando por primera vez un banco en Tres Arroyos.
Empapados en sudor caminaron por Istilart una cuadra, hasta Sarmiento.
Frente a Club de Pelota habían estacionado el auto con el que emprenderían
la huida. El vehículo no era importante. Es más, ninguno
de los investigadores llegaría a sospechar que los delincuentes
podían haber fugado en un móvil de tales características.
Ser pobres de recursos les facilitó las cosas: nadie buscó
a ladrones de banco huyendo en un bastante maltrecho jeep descapotado.
Otra vez libres
Pasados varios minutos de estar encerrados en el subsuelo,
donde habían sido puestos por los ladrones, que colocaron llave
a la única puerta existente, los empleados comenzaron a pensar
cómo zafar de la incómoda situación. Observando que
no se oían ruidos ni voces en el recinto, Felipe Gianelli trajo
la solución. De una patada voló un panel de la puerta de
madera, pasó la mano por él y, desde afuera, giró
la llave que los condujo a la libertad.
Recuperándose de la tensión vivida llamaron a la policía,
que no tenía móviles, ni radio, ni nada. El comisario se
organizó, comunicó el hecho a las dependencias regionales
para que bloquearan las rutas 3 y 228, pensando con razón que esas
serían las vías de escape posible.
En automóviles de clientes del banco empezaron a rastrear ciudad
y zona. El comisario se subió al vehículo de Antonio Catale,
que lo ofreció gustoso. En él, además, viajaban un
agente y el empleado de banco Raúl Moreno, que colaboraría
en la identificación de los ladrones en caso de encontrarlos.
Las apariencias engañan
Guiados por pura intuición, el comisario supuso
que los delincuentes enfilarían por la ruta 3, con destino a Bahía
Blanca. Tomaron en ese sentido. Al llegar a la altura de Cascallares se
toparon con el policía del pueblo que, tal como le habían
pedido, se había ubicado en la ruta parando a todos y cada uno
de los vehículos que pasaban, cualquiera sea la dirección
en la que viajasen.
Cuando el comisario llegó al lugar, requirió novedades.
"Paré a todos los que pasaron por acá. El único
que no paró fue un jeep descapotado, medio maltrecho, pero seguro
no eran los asaltantes", explicó el agente.
Catale estaba por enfilar hacia Bahía para seguirlo cuando lo detuvo
el comisario, a quién ahora le fallaba el olfato: "Deje Catale,
volvamos a Tres Arroyos -dijo-, nadie que asalta un banco huye en un jeep
descapotado".
Regla que se confirma
Sin pistas que seguir, mientras avanzaba la investigación,
la rutina volvió al banco. Recién aparecería una
punta para comenzar a desenrollar el ovillo a los días y de la
forma más tonta.
Sucedió casi como lo predijo el inspector de la compañía
de seguros que bajó desde Buenos Aires a corroborar el hecho, ya
que el dinero del Comercial estaba asegurado. En una reunión con
el personal, el porteño disparó una frase que quedó
grabada entre quienes lo escuchaban: "Los ladrones de bancos -manifestó-,
son los más hábiles para robar, tanto como que son los más
tontos para disimularlo. El 90% cae -acotó-, pero para ello debe
pasar un tiempo".
Efectivamente, no pasó mucho hasta que Ordínez y Sabatini
empezaron a disfrutar de aquello que "tanto sudor les había
costado ganar".
Nuevos ricos
El novato secuaz, que había vuelto a su chacra,
comenzó a pagar deudas pendientes, en dinero contante y sonante.
Sus acreedores, que cobraban gustosos, no se preguntaron de dónde
salió el dinero.
Sabatini, por su parte, cayó presa de la ambición. Decidió
que era hora de merecer un auto mejor que el jeep descapotado que tanta
utilidad le había brindado. Enfiló entonces hacia una agencia
de autos en Bahía Blanca, donde lo sedujo un Citroen 0 Km, que
compró.
El agenciero sacó cuentas del costo del auto, más lo que
sumaban los impuestos y le dio la cifra final. El tresarroyense metió
mano en el bolsillo y le extendió el dinero exigido. Sin salir
del asombro, el vendedor le impuso de los trámites a seguir, el
primero de los cuales era llevar el auto a un service de puesta a punto.
Pero Sabatini no consideró que ello fuera importante, por lo que
en pocas palabras decidió él cómo continuaría
la operación: "yo compré y lo pague, así que
me llevo lo que es mío", expresó.
Con el service por hacer partió de la concesionaria y enfiló
para Las Oscuras. Estaba por llegar, mientras continuaba embelesado por
el andar de su máquina, cuando el automóvil empezó
a fallar, quedándose a pocos kilómetros del destino. Desde
un puesto cercano, visiblemente enojado, Sabatini llamó a la agencia,
solicitó un auxilio inmediato, reclamando ser atendido por la garantía.
Ante la solicitud de un cliente así, la respuesta positiva no se
hizo esperar.
La agencia envió un mecánico que, a las horas, se encontró
con Sabatini y su Citroen descompuesto. La cuestión era fácil
de arreglar para un experto, pero no para un ladrón de bancos.
El técnico conectó dos cables que, de haber pasado previamente
por el service, hubieran quedado en condiciones y enseguida el vehículo
cobró nueva vida.
Propina indiscreta
"¿Cuánto es su trabajo?", le
preguntó Sabatini. El mecánico respondió: "8
pesos", ante lo cual el dueño del 0 kilómetro le extendió
un billete de 50. "No tengo cambio de tanta plata", explicó
la persona que había arreglado el auto, que se perturbó
al escuchar que su cliente exclamaba: "quédese con el vuelto".
De regreso a la agencia, el mecánico no dejó a persona sin
contarle la experiencia vivida. Por un trabajo de 8 pesos, le habían
dado una propina de 42.
De la concesionaria el rumor llegó hasta la comisaría y
llegaron hasta Sabatini, que luego llevó hasta su cómplice.
Tal cómo lo había anticipado el inspector de seguros "los
ladrones de bancos son los más hábiles para robar, tanto
como que son los más tontos para disimularlo". Se había
cumplido la regla. La policía recuperó 2.445.000 pesos,
que estaban ocultos en el campo de Ordínez. Seis días después
del hecho, los asaltantes habían gastado más de la mitad
del botín.
Todos sospechados
Sucio y teatrero, Sabatini y su cómplice, una
vez detenidos, no dudaron en embarrar a todo aquel que les pintó.
La policía había detenido a Ledesma, el ordenanza del Nación,
quién les pareció sospechoso. Pero los delincuentes apuntaron
que quién entregó el banco fue el mismo gerente, quién
se había reunido con ellos en la Hostería San José
de Flores.
Efectivamente, el lugar era propiedad de los cuñados de Alberto
González, que estuvo una semana preso y sospechado, hasta que se
conoció la verdad. Se supo que Sabatini, previamente, había
estudiado vidas y movimientos de algunos empleados, de lo cual se agarró
para involucrarlos. El directorio del banco, que hasta entonces nada había
dicho, ofreció al gerente una cena cuando fue dejado en libertad
como modo de resarcirlo por el daño moral.
Torino y final
Un detalle más. Fue a partir de aquel asalto que
la policía local tuvo su propio móvil. Una colecta de la
entidad crediticia terminó en la compra de un Torino que, desde
entonces, comenzó a patrullar las calles de la ciudad.
Fue esa la primera vez que se produjo un robo a mano armada a un banco
en Tres Arroyos y tuvo como objetivo el ex Comercial. La historia volvió
a repetirse, en otras circunstancias, durante los primeros meses del 2001,
cuando desconocidos se alzaron con cuantioso botín de la sede de
pago del Banco Provincia que funcionaba en el Cine Tortoni. Ambos, comparados
en el tiempo, constituyen "robos de película".
Fecha de publicación
Mayo del 2001
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