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AMELIO D'ARCANGELO,
UN TRESARROYENSE CON PRESTIGIO MUNDIAL
Una mente brillante
De origen humilde, al punto que trabajaba de lavacopas
durante el día y estudiaba por las noches a la luz de la vela pues
en su casa no podían pagar la energía eléctrica,
Amelio D'Arcangelo es quizás el hijo pródigo de Tres Arroyos.
Nacido en esta ciudad el 13 de febrero de 1914, fue el primer argentino
en obtener el título de ingeniero naval. Entre otros, durante su
rica trayectoria diseñó la Fragata ARA Libertad, que año
tras año recorre el planeta con los egresados de marina. En 1953,
una vez pasado a retiro, se radicó en Estados Unidos y desde allí
sus conocimientos se esparcieron por el mundo entero. En el país
del norte creó la carrera de ingeniería naval del Virginia
Polytechnic Institute y el curso de ingeniería de la Universidad
de Michigan, donde dictó clases hasta que se jubiló en 1984.
En 1991 D'Arcangelo recibió el premio "William H. Web Award",
suerte de Nobel de la ingeniería naval, que otorga la Sociedad
de Ingeniería Naval y Mecánica de Nueva York. El tresarroyense,
que tiene actualmente 88 años y continúa viviendo en Atlanta,
cada vez que pudo y mientras la salud se lo permitió visitó
anualmente su ciudad natal. Hoy, por primera vez en Tres Arroyos, "El
Periodista" reconstruye los capítulos salientes de su vida.
Y es el mínimo homenaje que se le puede brindar a un hombre admirable,
que pese a ser reconocido mundialmente ha pasado desapercibido para la
historia local
No hace mucho tiempo, en el puerto de Buenos Aires, la
figura de un hombre que acababa de cumplir 87 años de edad se deslizaba
por la planchada de la Fragata ARA Libertad y, en posición de firmes,
recitaba la fórmula que se acostumbre decir: "permiso para
subir a bordo". El oficial de guardia le responde: "autorizado".
Era Amelio D'Arcangelo, que pasó a retiro en 1953 con el grado
de capitán de fragata y que desde entonces reside en Estados Unidos.
No era una visita más al buque escuela de la Argentina, probablemente
uno de los más hermosos del mundo, sino que su diseñador
venía a conocer su obra por primera vez. Habían transcurrido
casi 50 años desde que las líneas del casco surgieron de
su tablero de dibujo, algo que pocos conocen pero, además, es un
hijo de Tres Arroyos.
De padres originarios de Abruzzo, Italia, Amelio nació el 13 de
febrero de 1914. Su niñez fue como la de muchos hijos de emigrantes,
pasando privaciones de todo tipo. Al terminar la escuela, el director
de un colegio de la ciudad le prometió una beca con la condición
de que sus notas fueran altas. El deseo de progresar, su inteligencia,
le convirtieron en un alumno modelo que jamás defraudó a
sus profesores. A los 18 años de edad ingresó como cadete
becado de la Escuela Naval Militar de Río Santiago y, cinco años
después, en 1937, egresó con el grado de Alférez
de Fragata en el Cuerpo de Ingenieros Maquinistas, siendo el primero de
su promoción por lo que le otorgaron la medalla Almirante Brown
y el premio Mitre.
Su primer destino fue en el acorazado Moreno pero enferma y no puede integrarse
a su dotación, por lo que al ser dado de alta pasa a ser jefe de
máquinas del remolcador Ona. Un año después se produce
un hecho que habría de tener un significado crucial en su vida.
La Armada lo elige para que estudie construcción naval en el Massachusetts
Institute of Technology, en un curso de tres años de post grado.
Al graduarse, el MIT le otorga el título honorífico del
Decano de la Facultad de Ingeniería por las altas calificaciones
que obtiene.
De regreso en Argentina, en 1941, fue nombrado jefe de la Sección
Cascos de los Talleres Generales de la Armada. Desde ese puesto, D'Arcangelo
produjo dos de los hechos más significativos en la historia de
la ingeniería naval de la Argentina que, precisamente por la ausencia
de interés de la prensa en logros de carácter tecnológico,
habrían de quedar casi en el olvido.
Sucedió que en el Golfo de Bengala el SS (Steam/Ship) Longwood
de bandera británica fue atacado por un submarino alemán
que, a pesar de la andanada de torpedos que le lanzó, no logró
hundirlo. El carguero continuó navegando "renqueando"
y temeroso de ingresar en Sudáfrica por la presencia de más
submarinos germanos siguió hacia el Oeste, recalando en Argentina.
La Armada tomó la decisión política de ayudarle,
a pesar de la neutralidad (lo que echa por tierra las creencias de que
las simpatías hacia el III Reich eran monolíticas), y Amelio
D´Arcangelo tomó bajo su directa responsabilidad aquella
reparación.
"Esta fue una de las primeras aplicaciones de la soldadura eléctrica
en la reparación de un buque de relativo gran porte de construcción
remachada, con su casco seriamente averiado", recuerda Amelio. El
Longwood continuó su navegación en demanda de Río
de Janeiro, antes de cruzar el Atlántico para regresar a Inglaterra.
Desde la tierra carioca, el capitán le mandó una carta a
D'Arcangelo donde le expresaba su agradecimiento y le confesaba que luego
de la reparación su velocidad estaba por encima de la original
del buque.
El segundo hito estuvo relacionado con un buque argentino, el crucero
ARA Almirante Brown que, por una mala maniobra, golpea contra el fondo
su hélice de estribor (derecha) y le causa una severa avería
en el arbotante y en la propia hélice. Para que el neófito
entienda la gravedad de esto, es decir de la rotura de una hélice,
podríamos compararlo con una paloma con su ala herida: no vuela.
Joseph Conrad en "The mirror of the sea" (El espejo del mar),
refiere que no existe nada más indefenso que un buque en el mar
que ha perdido su hélice. Las fuerzas de la naturaleza se imponen
de manera aterradora y de ahí viene la expresión popular
de "estar a la deriva, sin rumbo". Es la perdición.
"La reparación del arbotante, construido de acero fundido,
requirió sofisticados tratamientos térmicos", recordó
D'Arcangelo. Por su parte, la reparación de la hélice consistió
en el reemplazo de una pala por un sistema concebido por el ingeniero,
que no tuvo precursores ni ha tenido repeticiones. Luego de que fuera
reparada, el Almirante Brown realizó exitosas pruebas de mar. Debe
tenerse presente que en esa época estaba en pleno desarrollo la
II Guerra Mundial y que Inglaterra, donde había sido construido
el buque, no estaba dispuesto a distraer su potencial industrial en beneficio
de un país periférico.
Al término de la II Guerra Mundial, y ya con el grado de capitán
de fragata (que en aquella época era el máximo nivel del
escalafón naval al que se accedía por méritos profesionales),
Amelio fue nombrado Jefe de la Sección Proyecto de Buques de la
Dirección General de Material de la Armada. Fue en ese período
que tuvo en sus manos dos diseños que han hecho historia. Uno,
el de la fragata ARA Azopardo y, el más importante, el del casco
de la Fragata ARA Libertad.
Con la humildad que siempre le ha caracterizado, Amelio dijo con el humor
que hace de él un grande, al ser preguntado cómo fue que
concibió a la Libertad: "Muy sencillo: tomé todos los
planos de los clippers, que han sido los Tall Ship (veleros de "palos
altos", los "señores del mar") por excelencia de
la historia, y optimicé sus líneas de acuerdo a la tecnología
de nuestra época". Aclaremos que el Clipper ha sido, en el
siglo XIX, el tipo de velero más perfecto concebido que resume
siglos de conocimientos del mar. Hoy en día, la Fragata ARA Libertad
continúa esa tradición y los marinos del mundo la reconocen
como uno de los buques más perfectos, desde el punto de vista del
aprovechamiento de las fuerzas naturales, es decir, navegar con el viento.
Amelio también dirigió, en 1951, la supervisión de
la adquisición de los cruceros ARA General Belgrano y 9 de Julio,
en los Estados Unidos.
En 1953 pasó a retiró y se radicó definitivamente
en los Estados Unidos con su esposa norteamericana. Pero su carrera no
se detuvo. La US Navy (Armada de EE.UU.) lo comisionó para crear
la carrera de ingeniería naval en el Virginia Polytechnic Institute
(VIP). Fue el autor de la "Guía para Estructura de Buques",
un manual que ha sido desde entonces la referencia de los ingenieros navales.
Finalmente, en 1964, fue el creador de la carrera de ingeniería
naval en la Universidad de Michigan, hasta que se jubiló en 1984.
En 1991, el capitán D'Arcangelo recibió el premio William
H. Web Award, una suerte de Nobel de los ingenieros navales, otorgado
por la Sociedad de Ingeniería Naval y Mecánica de Nueva
York. Pero en un país que vive de espaldas al mar, que entrega
su riqueza pesquera a flotas extranjeras, que ha desmantelado sus astilleros,
que ya no tiene flota de bandera, en fin, en un país sin vocación
marítima, personajes como Amelio D'Arcangelo no han tenido lugar.
Por A. Becquer Casaballe
Fecha de publicación
Mayo del 2002
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