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LA CASA MAS VIEJA DE CLAROMECO
ABRIO LAS PUERTAS A "EL PERIODISTA"
Histórica Casa Hurtado
Se construyó entre 1918 y 1920 en el primer lote
vendido por la familia Bellocq en el incipiente Claromecó de principios
del siglo XX. Tiene las características de una antigua edificación
de campo. Fue la primera obra de ladrillos y cemento que se levantó
en la villa balnearia. Cuando se la edificó estaba rodeada por
la arena de los médanos, hoy la circundan casas, calles y algunas
torres de departamentos. La casa más vieja de Claromecó,
perteneciente a la familia Hurtado, abre sus puertas para contar su historia
en estas páginas de "El Periodista"
Al llegar a la esquina de las avenidas 26 y Costanera
en Claromecó es imposible no verla, se destaca por sus características
arquitectónicas, las cuales casi anuncian su edad y permiten advertir
que ha sido testigo de casi cien veranos, de las tormentas más
feroces y de historias nunca reveladas por nadie.
Si esas paredes hablaran podrían narrar cómo fueron los
infinitos atardeceres que le ha regalado el sol a su fachada, o los detalles
de todas las promesas de amor eterno que se han hecho, a pocos metros
de su puerta, los amantes de cada verano frente al asombroso espectáculo
que da el astro rey cuando se hunde en el mar.
Una casa en la playa. Ese fue el sueño que la familia Hurtado comenzó
a concretar en 1918 cuando iniciaron la construcción de la primera
edificación de ladrillos y cemento que tuvo Claromecó, aunque
en aquel momento tal vez no advirtieron que hacían historia, que
empezaban a ganarle espacio al médano vivo sobre el cual se posaría
el balneario más importante del partido de Tres Arroyos.
Seguramente tampoco imaginaron que algo más de ochenta años
después esa edificación aún se mantendría
de pie, que estaría rodeada de un paisaje de calles, casas y algunos
edificios, que miles de personas pasarían junto a ella y se bañarían
en un mar que para los Hurtado fue casi como su propio patio.
Motivos de una construcción
Juan Antonio Hurtado estaba unido matrimonialmente con
Otilia Marolle, quien tenía a su vez una hermana, Alicia, que estaba
casada con Pedro Bellocq, quien era primo de los dueños de los
campos de la zona de lo que hoy es Claromecó.
Cuando se loteó el balneario, en 1917, los esposos Hurtado-Marolle
fueron los primeros en comprar un terreno en la naciente villa balnearia.
Al año siguiente también se transformaron en los primeros
en comenzar en ese lote una construcción de ladrillos y cemento,
la cual estuvo concluida en 1920.
El apresuramiento de los Hurtado por construir una propiedad a pocos metros
del mar, en medio de una duna a la que no se podía acceder en vehículos
debido a que el camino más próximo estaba a varias decenas
de metros de distancia, tenía un motivo por demás comprensible.
El matrimonio tuvo varias hijas y un solo hijo, quien cuando tenía
apenas tres años de edad contrajo la temida poliomielitis, enfermedad
que lo dejó paralítico. Luego de consultar con especialistas
de todo tipo sin hallar solución para el problema de su hijo, alguien
les aconsejó que un posible remedio para la salud del niño
podía ser que estuviera en contacto con el mar, la arena y el aire
costero, ante lo cual no dudaron en aprovechar la oportunidad que se les
abría con el loteo que hacían los Bellocq.
Una casa de campo
La histórica propiedad de la familia Hurtado cuenta
con 7 habitaciones, 3 baños, comedor, living, cocina, despensa,
lavadero y un amplio corredor que da la vuelta a toda la parte interna
de la edificación. La casa tiene el estilo arquitectónico
de las antiguas construcciones de campo con pisos y cielorrasos de madera,
techos de chapas, paredes de ladrillo y cemento, siendo las exteriores
de cuarenta centímetros de espesor. Su constructor fue Juan Oneto,
y el costo de la obra fue pagado por Juan Antonio Hurtado y Pedro Bellocq,
por lo que la finca siempre fue habitada por ambas familias.
Desde que fue levantada hasta la fecha, la casa ha sufrido algunas modificaciones
y mejoras, pero la mayor parte de su estructura se mantiene como fue desde
un principio. Como todas las viviendas de campo, la propiedad de los Hurtado
en Claromecó tenía forma de "U", siendo la parte
abierta de la misma la que daba al mar. Esto fue modificado poco tiempo
después de la finalización de la obra al construir un living
en la parte frontal para evitar que los vientos fuertes del mar arrastraran
arena al corredor y al interior de las diferentes habitaciones y dependencias.
Mucho más recientemente se realizaron mejoras en la cocina.
La mudanza de cada verano
Marta Hurtado, una de las hijas de Juan y Otilia, recuerda
hoy con gran entusiasmo y algo de nostalgia los días de su infancia
junto al mar en la casa de Claromecó. La familia pasaba todo el
verano en el lugar, se trasladaban el 2 de enero y se iban los primeros
días de abril.
El viaje a la casa era toda una aventura y también un gran trabajo.
Cada 2 de enero a las 4 de la madrugada partía a Claromecó
un camión cargado con todos los elementos que debían llevar
para pasar los siguientes tres meses en el desolado balneario. El camión
llegaba con las primeras luces del día y luego lo hacían
los Hurtado, quienes viajaban en su vehículo.
Como la casa estaba emplazada en medio de un médano y la calle
más próxima llegaba hasta lo que hoy es la intersección
de avenida 26 y calle 9, todas las pertenencias que había llevado
el transporte eran trasladadas a pie por los miembros de las familias
Hurtado y Bellocq.
Marta recuerda que la mudanza de cada verano era necesaria porque en las
primeras temporadas la vivienda había sido saqueada durante el
invierno, de manera que la decisión que tomaron sus padres fue
llevarse todo, menos los muebles y la cocina, cada vez que abandonaban
la residencia veraniega en abril.
La casilla de madera
En su charla con "El Periodista", Marta Hurtado
recordó también que sus padres habían instalado una
casilla de madera a mitad de camino entre la casa y la orilla del mar.
En ese sitio, que hoy podría emparentarse con las carpas que se
alquilan en los balnearios, los veraneantes transcurrían los extensos
días de playa cuando no estaban tomando un baño en el mar.
Además, como exponerse deliberadamente al sol no se usaba, no era
parte de la cultura del turista de la primera mitad del siglo, el lugar
era empleado como protección.
En dicha casilla almorzaban, descansaban y se cambiaban para volver a
la casa recién cuando la noche estaba definitivamente instalada.
El lugar también funcionaba como un espacio donde poder compartir
charlas y juegos si el clima no se presentaba muy bueno.
Lo que el viento no pudo llevarse
El mar y sus bravuras nunca asustaron demasiado a los
Hurtado, pero aún hoy recuerdan un temporal muy fuerte, tal vez
el más intenso que hayan vivido en temporada, en el cual el océano
quedó solamente a diecisiete pasos de la casa. "En casa siempre
se comentó que aquel día mi tío salió de la
casa, caminó hasta la orilla del mar embravecido y sólo
dio diecisiete pasos", recordó Marta Hurtado.
Una sudestada más reciente, en la década del '80, hizo temer
la voladura del techo, pero la vieja casa continuó resistiendo
con firmeza los embates de la naturaleza. De hecho, jamás se le
voló una chapa ni sufrió daño alguno como consecuencia
de una tormenta.
Un símbolo de la villa
Los turistas se interesan mucho por la antigua morada
de la familia Hurtado. De hecho, cuando ven que las puertas y ventanas
están abiertas se acercan para dialogar con sus dueñas.
Las consultas rondan generalmente sobre los mismos temas que comentamos
en estas páginas.
Tampoco faltan quienes realizan tentadoras ofertas para que las hermanas
Hurtado les vendan la casa que sus padres edificaron hace más de
ochenta años, pero de momento no ha habido ningún dinero
que pueda comprar una construcción que es parte de los afectos
y de la historia de una familia pionera de la región y un símbolo
de la villa balnearia solo comparable con el faro y los reformados nueve
chalets.
Fecha de publicación
Enero del 2002
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