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LA HISTORIA DE CHRISTIAN MADSEN, ENTRE FICCION Y REALIDAD
El viejo y el mar
Llegó a Buenos Aires, procedente de Dinamarca,
en una época por demás difícil. No le fue bien en
su lucha por las reivindicaciones sociales, siendo tildado de saboteador,
encarcelado y conducido con un grupo de compañeros al presidio
de Ushuaia. Aunque hay otras, una de las versiones indica que, aprovechando
la oscuridad de la noche, cuando el barco que los llevaba hacia el sur
pasaba por la costa de Claromecó, se largó a la mar y nadando
llegó hasta la playa. Construyó un rancho de chapa, a diez
kilómetros del pueblo, donde convivió con su yegua "Lola"
-ayuda inestimable para desarrollar un tipo de pesca a la cual hoy pocos
se atreverían-, y cuatro galgos fieles y valientes, que cazaban
las liebres que comía y cuyo cuero vendía en el balneario,
al igual que la pesca que obtenía. Christian Madsen fue una de
las figuras más carismáticas que ha tenido Claromecó.
Falleció en 1964, pero sólo físicamente. En 1963
se erigió en el pedrero que habitó, bautizado "El Salto
de Christian", un monolito que lo inmortalizó. Poemas y canciones
tuvieron como protagonista a este danés, cuya historia se construye
entre ficción y realidad
Una de las figuras más carismáticas que
ha tenido Claromecó fue sin dudas Christian Madsen.
Cuenta la historia que una vez llegado desde su Dinamarca natal, recaló
en capital federal en una época por demás difícil.
Guerras, sabotajes, enormes diferencias entre patrones y obreros, hicieron
que Christian quisiera buscar otros aires, pero siempre luchando por las
reivindicaciones sociales.
Encarcelado y tildado de saboteador, fue embarcado con un grupo de compañeros
hacia el presidio de Ushuaia. Hasta ahí lo que se puede aseverar
es la realidad. De ahí en más empieza la leyenda.
Se barajan dos hipótesis de quienes lo conocieron bien, a principios
de la década del '40. Se dice que al pasar el barco cerca de la
costa, aprovechó las sombras de la noche, se arrojó del
mismo y nadó hacia la playa. La otra creencia, tal vez la más
aceptable, nos cuenta que llegó a la zona para trabajar en el campo.
¿Por qué fue a levantar su rancho sobre el pedrero que hoy
lleva su nombre, a casi diez kilómetros de Claromecó?. Tal
vez sea uno de sus misterios.
Alto, fornido, hosco, de larga barba, por demás honrado, fue uno
de los mejores nadadores de los que se tenga historia, junto a Enrique
Mulder. Trabajó en las lanchas pesqueras que en gran número
en aquel entonces se hacían a la mar y fue bañero.
La bebida, de la cual era afecto, no le impedía pescar de una forma
que hoy nadie se atrevería a efectuar. Ataba una de las puntas
de una enorme red al apero de su yegua y él, arrastrando el otro
extremo, se internaba entre las rocas para trata de conseguir en una buena
redada los peces que luego llevaba a vender al balneario.
Llegaba a la tardecita al bar de lo de Arbasetti, por la calle 26, pegado
a la panadería de Abelardo Guido, y ahí libaba junto a los
parroquianos de entonces en el enorme mostrador perpendicular a la hoy
avenida. Luego de varias horas y la mayoría de las veces sumido
en la inconsciencia del alcohol, la yegua "Lola" lo encaminaba
en su carro hacia la desembocadura del arroyo.
No existía ningún puente y había que esperar la bajante
para pasar el curso de agua. Siempre lo seguían tres o cuatro galgos
que utilizaba para cazar liebres y zorros. Los galgos tomaban las riendas
del carro y guiados vaya a saber por qué instintos, ayudaban a
la yegua a trasponer el arroyo para luego enfilar hacia el rancho del
pedrero. Cuereaba liebres, comía su carne y salaba el cuero para
después venderlo.
Hombre de poco trato, poco conversador, en una mezcla de castellano y
danés, recibía en su rancho a muy poca gente y lo inexplicable
era su modo de vida, ya que se lo consideraba muy culto y su morada estaba
repleta de libros de autores famosos y de revistas extranjeras.
El tiempo fue transcurriendo, se fueron sus años mozos, su vista
fue decayendo y enfiló para Dunamar, donde se radicó en
un rancho que aún se conserva y donde trabajó en la cuadrilla
de Ernesto Gesell, fijando con paja de lino los médanos vivos y
cazando nutrias en el arroyo donde se veían a veces entre 20 y
30 trampas preparadas artesanalmente por él mismo.
Enfermó en el año 1964, debiendo ser trasladado, amén
de los cuidados del médico Ariel Barbero y algunos vecinos de Claromecó,
al Hospital Pirovano y luego al Asilo de Ancianos de la ruta 228.
A pesar de la atención que se le prodigaba, no tenía a su
lado a su yegua, ni a sus galgos; le faltaba el olor a salitre del mar
al que tantas veces había desafiado. Encerrado entre cuatro paredes
su vida se extinguía. "Pepe" Barutta y Hugo Larocca solían
ser sus únicas visitas y la tristeza lo consumió.
Pero su muerte fue sólo física. En febrero de 1963, el Club
Cazadores erigió frente a lo que fuera su rancho un monolito que
lo inmortalizó. En lo que hoy queda de lo que fue su humilde casa
de chapa, están en pie dos arbolitos, mirando hacia donde el cielo
se junta con el mar y la arena; las aguas siguen golpeando contra las
rocas, tal vez repitiendo su nombre.
El poeta no pudo estar ausente. El poema "Sueño de pescador"
lo recuerda cuando entre sus estrofas dice que "en una noche serena,
con su murmullo de caracolas, me atrajo el suave rumor que escribe el
viento sobre las olas... Pensé que el mar me llamaba para contarme
de aquel poeta de perro y carro y la vieja "Lola", más
cuando llegue a la playa, desierta y fría, vi que esa noche no
había olas... y corrí, corrí, dejando atrás
las becacinas y las gaviotas, la ansiedad de hablar con Christian por
dos lágrimas fue rota y la triste realidad, ni la tarima (*), ni
el perro galgo, tampoco el carro y el viejo Lobo...".
Julián, el poeta local, se refería (*) a una madera puesta
sobre cuatro fierros que se conservó durante muchos años
y desde donde, en lo alto, se pescaba sobre las piedras.
La música también le acompañó con la zamba
"Canción para Christian", que interpretaba el Grupo Son
y otras estrofas de gente de Claromecó lo recuerdan en su despedida...
"te fuiste muy triste del pago querido, a tus ojos ya ciegos el llanto
llegó, allá en la ciudad (se refiere a Tres Arroyos) termina
tu vida, pero aquí en la playa, tu alma quedó...".
Mito, leyenda, realidad. Su variada y rica bibliografía se conserva,
por suerte, como mudo testigo de un ser que acunó en su interior
una cultura que tal vez no supo transmitir. Tres Arroyos, Claromecó,
el Salto de Christian. Entrecerrando los ojos aún se puede ver
aquel carro llevando a Christian, la yegua "Lola", los galgos
y los chiquilines que vivían en el balneario "traveseando"
hacia el arroyo para despedirlo en el viaje hacia su hogar, el pedrero,
su salto, hoy convertido en paseo obligado para el gran turismo.
Fecha de publicación
Enero de 1999
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