Municipalidad Tres Arroyos

notas edicion de papel

TRES ARROYOS CUMPLE AÑOS Y AURORA CELEBRA TRES DÉCADAS EN LA CIUDAD

La “Pacha” elegida

Nacida en Jujuy y con raíces en Bolivia, Aurora Ortega era una jovencita cuando vino a trabajar en el envasado de hortalizas a Tres Arroyos. Extrañaba, volvió a su tierra pero el embarazo de su primer hijo la hizo regresar a este lugar donde tuvo que acostumbrarse al frío y hacerle frente a la discriminación. ¿Por qué “nos” eligió?

Abril 2023
Aurora Ortega en su quinta, con “El Periodista”

Aurora Ortega en su quinta, con “El Periodista”

El calor de marzo derrite la tarde, pero a ella no parece molestarle. Alguna vez pensó en alejarse de Tres Arroyos por el frío, por el clima tan distinto a su Jujuy natal. Este mes, cuando la ciudad está cumpliendo 139 años, Aurora Ortega celebra sus tres décadas en esta tierra que la vio crecer, criar a sus hijos, lograr con esfuerzo lo suyo y sobre todo producir. Organizar y organizarse.
La joven que llegó como parte de una cuadrilla a envasar hortalizas para vender en los supermercados hoy preside la Unión de Trabajadores de la Tierra. Y en su quinta de la avenida Esteban Echeverría se generan alimentos destacados por su calidad y que consumen miles de vecinos. Pero además es el punto de encuentro de una comunidad boliviana -aunque nació en Calilegua, su abuelo procedía de Bolivia- que ya nuclea a un centenar de familias y que Aurora ha contribuido decisivamente a visibilizar. Allí mismo se hizo por primera vez el Carnaval Boliviano en Tres Arroyos, y ensayan los grupos de danzas que también debutaron este año en el Escenario Mayor de la Fiesta Provincial del Trigo.
El sol y la sonrisa le hacen entrecerrar sus ojos pequeños y vivos. Pero no lo suficiente como para que no se note cómo se nublan y hasta se humedecen cuando recuerda que ha sufrido discriminación, cuando no violencia; algunas de esas cosas siguen perturbándola hoy, aunque su voz bajita suena al mismo tiempo resuelta y decidida.
¿Cómo llegaste a Tres Arroyos?
En 1989, con un tío, fuimos a trabajar a Mendoza, por tantos, en la zanahoria; en el 90 llegamos a Mar del Plata, también para trabajar en la frutilla, el tomate, el morrón. Y de Mar del Plata vinimos a Tres Arroyos. Era una época en la que se usaba mucho el trabajo de tanteros, hoy ya no se ve tanto.
¿Cuántos años tenías? ¿Cuándo habías empezado a trabajar?
Estaba en los 19 años. A los 9 años empecé a cocinar para mi abuelo en la caña de azúcar. El había emigrado a los 16 años de Bolivia a Jujuy; además tengo mezcla de sangre española y peruana.
¿Qué trabajo viniste a hacer específicamente acá?
Llegué a la quinta de Ciancaglini, a envasar verduras en bandejas para las cooperativas; trabajaba de manera mensual y vivía allí mismo. Antes de llegar aquí trabajaba en el puerto de Mar del Plata, envasando pescado con mi padrastro y otras personas, y recorría todos los días varios kilómetros hasta la quinta que alquilaban unos colegas y amigos, donde a su vez trabajábamos carpiendo y cultivando verdura cuando no íbamos al puerto. Ciancaglini me ofreció un sueldo mensual, y decidí venir.
¿Y estabas sola? ¿Cómo fue ese primer tiempo?
Conocí al que era mi pareja justo en ese momento; era abril cuando vine acá, me acuerdo como si fuera ahorita, no me gustaba el frío y el viento. Yo estaba acostumbrada además a trabajar dos o tres meses y volver a Jujuy, a hacer la zafra azucarera con mi abuelo. En aquel momento además acá hacía más frío y viento que ahora. Un día, hablando con Nicolás porque ellos me veían triste, le dije que extrañaba a mi familia, sobre todo a mi abuelo con el que me crié e incluso me reconoció legalmente. Y me sugirió que volviera a Jujuy. Lo hablé con mi pareja porque no me acostumbraba al lugar y en agosto de ese mismo año me dijo que fuera a Bolivia, que acompañara a mi abuelo a Tarija, a su promesa a la Virgen de Chaguaya, que hacía todos los años. Llegué muy descompuesta, mal.
¡Estabas embarazada!
Sí (risas)… Allá estaban mi abuelo, mi abuela, mi mamá. Me preguntaban qué iba a hacer, y yo lo hablaba con mi pareja, al que llamaba a la casa del “Gringo” porque en esa época no había celulares. Y tuve que volver…
Yo estaba acostumbrada a una vida, y aprendí otra. Y la familia Ciancaglini me enseñó mucho, fue un aprendizaje trabajar con ellos, más allá de las horas que lo hacía. La señora Rosita me enseñó mucho, era muy buena. Y aprendí a envasar morrones, a hacer escabeches de berenjena, embutidos.
Estuve 9 años con ellos. Mi primer hijo nació ahí. Y en aquel momento, como les pasaba a otras mujeres también, era muy vergonzosa y no quería mostrar la pancita. Sabía ponerme ropas anchas; estaba cerca de tener a mi hijo cuando me encontré con mi mamá, haciéndome un control, y cuando me preguntó qué hacía ahí -ella también trabajaba con nosotros- recién se enteró de que estaba embarazada. Y le mostré la panza, mientras me preguntaba cuándo les iba a avisar y yo le aseguraba que era una sorpresa (se ríe a carcajadas).
Tengo dos hijos; el mayor tiene 27 y estudia Agronomía en Balcarce. Y el chiquito tiene 21 y está acá conmigo.
¿Y después de esos 9 años?
Estuvimos un tiempo con otra gente, que fue terrible. Muy discriminadores. Mis hijos eran chicos, iban a la escuela de La Horqueta, y estaban preparados con su ropita para ir cuando los hijos de los patrones, que eran adolescentes ya, tiraron a uno de los míos y al de otro compañero al barro. De negros y mugrientos no nos bajaban; entonces mi marido se enojó, les pidió que nos pagaran los que habíamos trabajado porque nadie iba a tratar así a nuestros hijos, y nos fuimos. Y volvimos a lo de Nito, donde estuvimos dos años más.
Quedé embarazada del segundo nene; y como ya había sufrido mandando a mi otro nene desde muy chiquito a la escuela, con los pañales en la mochila, para no tener que tenerlo conmigo mientras trabajaba, decidí terminar el secundario -yo había hecho solo la primaria en Jujuy- y le sugerí a mi marido ir a trabajar a lo de Visciarelli, que nos había ofrecido empleo y yo podía, con la panza, hacer los plantines. Siempre trabajé hasta los últimos días antes de tener las crías. Y entonces me iba de la quinta a El Parquecito en bicicleta para terminar el secundario.
Ahí estuvimos cuatro años, nos habían dado la opción de trabajar a medias y eso hacía que manejáramos mejor el tiempo.

La independencia

¿Y cuándo aparece la posibilidad de independizarte?
Por Juan Vera. Alquilaba la casita con un socio, que después se fue, acá no se sembraba nada, y nos ofreció alquilar, eran tres hectáreas y optamos por dos. En la escuela había conocido a Martín Goizueta, que estaba recién llegado con Mercedes Moreno de La Plata, y ellos ya estaban armando el proyecto de Madre Tierra. Nosotros estuvimos dos años sembrando otras cosas para limpiarla, porque era todo gramilla y no se podía hacer nada, y con mi marido hicimos el primer invernadero.
Ya en ese momento por el hecho de ir a la escuela había conocido gente nueva, tenía amigas… Y con un grupo de 10 familias se dio la posibilidad de comprar, a través del Municipio, los terrenos donde hoy tengo mi casa. Se pagaba poquito por mes, yo podía, y así fui pagando mi casa. Porque nosotros acá (en la quinta) alquilábamos solamente la tierra.
Así que durante mucho tiempo fuimos y vinimos desde la quinta a la casa, y muchas veces con el nene más chiquito a upa, porque salíamos a la calle y a los diez metros me pedía “maaa… haceme upa”… Con ese sacrificio lo hicimos todo; pero a mí me gusta lo que hago, lo hago con placer, me gusta la tierra.
¿Y ahora cuánta gente trabaja con vos?
Son tres matrimonios, pero todos parte de mi familia de sangre. Esta es una quinta familiar. Son dos hermanas y dos hermanos, con sus parejas, y todos los chiquitos que andan por acá son mis sobrinos; mi hijo me dice que podría poner un jardín acá…

En comunidad

Su participación en el proyecto de Madre Tierra y su capacidad de organización fueron convirtiendo a Aurora en una suerte de referente para las alrededor de cien familias de productores hortícolas bolivianos que viven en Tres Arroyos. Más tarde ese rol se consolidaría con la presidencia de la Unión de Trabajadores de la Tierra (a la que “El Periodista” dedicará una nota en la edición de mayo).
“Por ahí me fueron conociendo, incluso las mismas clientas; y conocí también a gente como Daiana (la concejala De Grazia) no por política, sino porque ella me sugirió qué pedir cuando la piedra nos hizo perder todo. Después vino la UTT; yo sabía que estaban en Mar del Plata, vino una cuñada de allá a la que le propuse trabajar primero mensualmente con nosotros, pero ella tenía otro sistema. Nosotros habíamos alquilado enfrente, para hacer cebolla, y le ofrecimos que trabajara ahí a porcentaje; ella fue la que me propuso que trajéramos a la gente de la UTT, porque mediante el Ministerio de Desarrollo Agrario venían ayudas, referentes, entonces hablamos con otras familias que, incluso cuando Nito dejó la quinta, iban a tener que irse. Conversando, haciendo reuniones que empezaron acá en un galponcito porque venían los matrimonios con los nenes, se conformó la UTT y mi cuñada después de un tiempo se fue a Pringles, donde ahora es referente de la UTT allá.
¿Cuántas familias de productores están en la organización? ¿Todas son de origen boliviano?
Los que participamos en la UTT somos unos 50; muchas familias bolivianas y hay correntinos, también, está abierto a todo el mundo; en la otra organización, la Federación Nacional Campesina (FNC) habrá unos 30. Quizá hay alrededor de 100 familias bolivianas en la zona.
Las dos organizaciones se llevan bien…
Sí, compartimos algunas cosas; nos han invitado para la Pachamama las chicas de Encuentro Indígena, nos juntamos, nos hablamos. Pero ellos luchan por una cosa y nosotros por otra. Nuestro principal objetivo tiene que ver con la tierra, con que la gente que la trabaja pueda tener su tierra propia.
¿Vos compraste acá?
Sí; cuando decidimos hacer la verdulería. Necesitábamos ser propietarios porque de otra manera cuesta mucho hacer perforaciones, obras. Pero nos fue difícil; nos robaron varias veces; una, a mano armada se metieron 5 cuando un cliente apenas había llegado a la tranquera, yo tenía los nenes chiquitos. Nos hemos llevado varios sustos.

Colores propios

A través de estas organizaciones fue que consolidaron su independencia, ¿verdad? Y también lograron visibilizar su cultura, sus costumbres, las cosas que les gustan, por ejemplo en la Fiesta del Trigo.
Eso empezó porque mis hermanas son muy creativas (sonríe con los ojos iluminados); todo lo que se ve en las carrozas de la UTT viene de las ideas de ellas. Hay compañeros que cobran el Potenciar Trabajo, y con ellos empezaron a ensayar y a preparar danzas acá en el galpón. Y como no hay profesores, ellas mismas enseñan. Así empezó la primera danza, después organizamos el primer Carnaval acá, y desde ese momento decidimos mostrarle al pueblo que no somos solamente los negritos que trabajamos, que hay muchas cosas lindas en nuestra cultura.
También hacemos torneos de fútbol, dos o tres veces al año, y viene gente de todas las bases. Una vez, el primero, lo hicimos en la cancha de SMATA, el segundo en Argentino Junior, y el tercero acá nomás en lo del vecino, que siempre en mayo hace su campeonato de fútbol entre bolivianos.
¿Y en el vestuario trabajan también ustedes?
Hay cosas que traemos de La Paz; porque cada cosa tiene su vestimenta, el Tinku, el Carnaval Chapaco, los Caporales. Y el colorido atrae mucho a la gente.
¿Los bailarines son de las familias de la comunidad? ¿Vos bailás?
Son todos de familias bolivianas. ¡Y yo bailo! (se ríe). Tengo la sangre…
¿Vos creés que esa visibilización de la cultura, más la expansión de la producción de ustedes, su calidad, los espacios que han ido abriendo, mejoraron un poco aquellas situaciones de discriminación que en algún momento sufriste?
Fue mejorando de a poco. Lo que nosotros buscamos es respeto. Como cualquier persona. Mis hijos, por ejemplo, fueron a dos escuelas privadas de acá; y el segundo tuvo más respeto por parte de sus compañeros que el primero. Pero en nuestra organización tenemos a una chica que se dedica a estos temas, también a la cuestión de género.
Y nos capacitamos en otras cosas, porque nuestra decisión es avanzar hacia la producción agroecológica, que nuestras familias, las que vienen detrás, consuman productos sanos. Pero Tres Arroyos es un medio difícil para hacerlo porque cerca de nuestras producciones hay trigo, y se usan agroquímicos.
Trabajás mucho, Aurora. ¿Qué hacés en el tiempo libre?
Me gusta mucho leer, historia, cosas que no sé de Bolivia, por ejemplo, investigo y sigo ayudando a nuestra base. Y voy a la pileta cubierta.
Después de 30 años, ¿qué tenés de tresarroyense? ¿Comés asado?
La amistad. Eso tengo. Y asado como, sí, pero son mis cuñados los más carnívoros.
¿Ya no te dan ganas de volver a Jujuy?
Voy una vez al año. Y como de Bolivia conocía solo la frontera, el año pasado me pasé unas vacaciones de un mes, por allá.
“Todo bien”, dice Aurora sobre el final, y entrecierra los ojos, otra vez, por el sol de la tarde. Ya se disipó la niebla de los recuerdos tristes, y mientras su hermana y su sobrina se inclinan sobre el verde de un invernadero, ella con el delantal puesto vuelve al trabajo que es su vida.

Aurora aspira a que la producción hortícola que llevan adelante las familias se convierta en sustentable

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Madre Tierra fue el primer proyecto de economía familiar del que participó Aurora; con los años se convertiría en la titular de la Unión de Trabajadores de la Tierra

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Las danzas bolivianas, que por primera vez este año llenaron de color el escenario de la Fiesta del Trigo, se ensayan en la quinta de Aurora

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