Municipalidad Tres Arroyos

notas edicion de papel

“EL PERIODISTA” A SOLAS CON GABRIEL COLAMARINO, UNA VIDA DEDICADA AL BASQUET

“Me considero un formador, más que un entrenador”

La conversación con Gabriel Colamarino se transforma, por momentos, en una galería de imágenes significativas para el básquet argentino, y así aparecen Manu Ginóbili, Pepe Sánchez, la Generación Dorada…Pero también están en sus palabras y en su tránsito con la naranja tresarroyense otros nombres, el de Maxi Fjellerup y Fermín Thygesen. Y la preocupación por transmitir pasión y juego más que exitismo y búsqueda de recompensas. De todo esto y mucho más, se trata este jugoso reportaje de “El Periodista” al entrenador de Argentino

Junio 2018
Gabriel Colamarino durante el mano a mano con “El Periodista”

Gabriel Colamarino durante el mano a mano con “El Periodista”

Gabriel Colamarino se considera más un formador que un entrenador de básquet. Es bahiense, amigo de Emanuel Ginóbili y Pepe Sánchez y recaló en Tres Arroyos hace poco más de siete años, cuando cerró un acuerdo para dirigir las preinfantiles e infantiles de Argentino Junior, donde ya asomaban Máximo Fjellerup y Fermín Thygesen, las dos jóvenes promesas del básquet tresarroyense.
A los seis meses de haber conocido a Máximo Fjellerup, en julio de 2011, Gabriel Colamarino le envió un mail a Pepe Sánchez:
-Tengo un chico que es igual a vos a tu edad, en unos años te lo llevo.
- Amigo, dale, traemelo ya.
- No, pará un poquito, no seas ansioso, es infantil de primer año.
- Bueno, decime el nombre.
- No te voy a decir el nombre.

Dos años y medio después, sin decirle nada a Pepe Sánchez, Colamarino subió a Fjellerup con 15 años a su auto y lo llevó a Bahía Básquet. Jugó diez minutos y Pepe se acercó a Colamarino para preguntarle cuándo podía ese pibe, del cual no sabía ni el nombre, irse a vivir a Bahía. Había quedado encantado. Un año después, Máximo Fjellerup ya estaba en las filas de Bahía Básquet.
Gabriel Andrés Colamarino nació hace 46 años en Bahía Blanca. Es entrenador y formador de básquet. Comenzó a dirigir a los 16 años y a los 20 ya quedó al frente de un equipo de primera local, en Estudiantes de Bahía, que en ese momento, hace 23 años, era junto con Olimpo el equipo más fuerte de Bahía. Empezó a dirigir de joven porque consideraba que tenía más posibilidades de ser entrenador que jugador. “El básquet no es tan extremista como el fútbol pero también es una carnicería en cuanto a los resultados”, dice. Así explica porqué estuvo cuatro años dirigiendo primera y después ya empezó a ser formador de juveniles. Entrenó a Estudiantes, Argentino, Bahiense y Olimpo de Bahía. Argentino Junior de Tres Arroyos es su primer equipo fuera de Bahía. Y prefiere no nombrar los lugares donde se arrepiente de haber ido, pero dice que también en esas experiencias aprendió y aún más que en donde le fue bien.
En el año 2011 se quedó sin trabajo. Estaba dirigiendo a la selección mayor de Bahía y a la primera de Olimpo. Los dirigentes del aurinegro lo llamaron a una reunión un 28 de enero a la noche y le informaron que había quedado afuera del club. Para esa altura del año, todos los clubes ya habían cerrado sus planteles y cuerpos técnicos. “Olimpo me dejó en banda de muy mala manera”, señala. En ese momento, lo llamaron de Viedma, de Madryn y de varios clubes de Tres Arroyos. Uno de ellos provino de Argentino. Se reunió con “Grillo” Goizueta, que había hablado con el presidente de Bahiense del norte de Bahía Blanca para pedirle referencias (Colamarino estuvo muchos años dirigiendo a Bahiense del norte), y acordó su llegada a la dirección técnica del Club Argentino Junior.
“Considero a Estudiantes de Bahía como mi club nativo, sobre todo como jugador. Sin embargo, el que me dio la posibilidad de dirigir fue Bahiense”, avisa. Colamarino habla seguro, su voz es firme y profunda. Es pelado, tiene anteojos y mide poco más de un metro y 70 centímetros. Cuando tenía 20 fue asistente de Sergio “Oveja” Hernández por un año, y cuando Hernández se fue, les recomendó a los dirigentes que le dejen la primera a Gabriel Colamarino, que por entonces ya era un chico aplicado, entendido y respetado. Los dirigentes no dudaron y le dieron el lugar. “Los jugadores eran mayores que yo, pero ellos respetaban más el conocimiento que las canas. Además, yo era bastante cabrón. Trato de capacitarme siempre, de ser serio, respetuoso con los horarios, con la vestimenta que uso. Así me fui ganando el respeto”, dice.

El amigo Manu
“Manu Ginóbili es el mejor deportista de la historia”, afirma Colamarino sobre su amigo de toda la vida. Lo conoció en infantiles, en Bahiense. En realidad, ya lo conocía pero ahí empezó a tener trato. “Lo más importante de Manu es lo que ha dejado y lo que va a dejar en el básquet. Yo no puedo hablar de él o de los chicos de la generación dorada como amigo, porque exceden eso. Manu es otro gran jugador que me tocó dirigir”, señala y destaca que Ginóbili tenía una cabeza muy especial, y eso hacía que siempre esté preparado para lo que venía.
Colamarino le da mucha importancia a la parte mental. “Hoy en día, en Argentina, muchos consideran que es más importante ganar plata que tener la felicidad de hacer lo que te gusta. Y viven estresados o angustiados. Pepe Sánchez, que comenzó a jugar desde muy jovencito en una Liga Nacional híper competitiva, en donde podía ganar buena plata en los ‘90, decidió irse con 18 años a la Universidad de Temple, en Filadelfia, Estados Unidos, y se recibió de Licenciado en Historia. Su capacidad mental lo hizo dar el salto”, sostiene.
Colamarino dice que Ginóbili le enseñó a dos generaciones completas que estar sentado al comienzo del banco de suplentes es importantísimo. Explica que antes los entrenadores jugaban con 6 jugadores, el titular era el titular y el suplente estaba pintado, y que Gregg Popovich, entrenador de San Antonio Spurs en la NBA, los instruyó en que la rotación es importante y que se debe jugar con 10 jugadores. Ya no se tienen que preparar para jugar 40 minutos, ahora juegan menos tiempo, pero con más intensidad.
“Manu al jugar con 40 ha levantado la vara para todos. Antes, en cualquier nivel competitivo, el de 32 era grande ya. Ahora, vemos al de 35 como si nada, eso lo ha generado, en parte, Manu”, reflexiona el entrenador de Argentino.
La segunda vez que Colamarino llevó a Máximo Fjellerup a entrenar a Bahía, con 15 años y simplemente para que lo sigan viendo, Ginóbili le mandó un mensaje, quien estaba en la ciudad por el receso.
- Cola, ¿dónde están? me enteré que trajiste un chico nuevo.
“Le dije dónde estábamos y al rato apareció, con unas zapatillas Nike Manu Ginóbili, las oficiales, del talle de Maxi porque ya lo había averiguado y se las regaló. Lo conoció, habló un rato con él y hasta le dejó el mail para que se comunique por cualquier cosa. Eso habla un poco de lo que es Manu”, dice.

En Tres Arroyos
Hace siete años, luego de su salida de Olimpo de Bahía Blanca, Colamarino llegó a Tres Arroyos. En Bahía Blanca dejó a su mamá, dos hermanos y tres sobrinos. El padre ya había fallecido hacía algunos años. Su madre es puntana y su padre era porteño, así que el resto de la familia no está en Bahía. A Bahía vuelve por esos familiares y por cuatro o cinco amigos que tiene allá. No tiene hijos y cuando vino a Tres Arroyos no estaba en pareja. “No me afectó venir solo acá porque soy muy solitario. Mi mamá me enseñó que hay que aprender a estar solo, porque si siempre necesitas a alguien, se te va a hacer muy difícil. Me encanta Tres Arroyos, el ritmo de vida, la seguridad y la gente que tiene”, afirma. Cuando llegó, se encontró con un club limpio, cuidado y ordenado. Y una primera competitiva que había entrenado Federico Arias durante algunos años. “Sabía que venía a una liga inferior a la de Bahía. Por una razón lógica, no hay en Argentina una liga local tan fuerte como la de Bahía. Me sorprendió que cuando llegué me ofrecieron pre infantiles e infantiles porque dijeron que había dos o tres chicos muy buenos que querían que viera. Ni pregunté quiénes eran y acepté. Cuando me presenté al primer entrenamiento con la primera, entraron estos chicos, Máximo Fjellerup y Fermín Thygesen. Unas caras de nenes infernales, uno largo y medio despatarrado, el otro más chiquitito, con cara de pícaro. Me bastó media hora para verlos y me convencí de que en este lugar me tenía que quedar hasta que hagamos algo con esos chicos, enseguida pude notar la pasta que tenían”, indica. El primer equipo que tuvo Colamarino en la primera de Argentino jugó un Provincial y logró el ascenso. “Me gustó lo que encontré en Argentino porque tenía la parte de formación y la parte competitiva. Y además, la dirigencia nunca se metió con mi laburo, me dejaron trabajar en estos años que estoy, eso da mucha tranquilidad”, argumenta. Y a eso último Colamarino le da mucha importancia, porque detesta el exitismo.

Exitismo
Colamarino considera que antes había más respeto por la investidura. “Yo no veo que se cuestione el trabajo del odontólogo, del contador o del arquitecto. En cambio, en el deporte parece que todos sabemos y nos sentimos libres de opinar. Es un poco la idiosincrasia del argentino. El básquet, como el fútbol, aunque no con la misma voracidad, está en esa vorágine también”, afirma.
“El problema aparece cuando esos comentarios empiezan a llegar a los juveniles. Parece que un torneo de pre infantiles es más importante que los playoffs de la NBA. Se enseñaría lo que se debe enseñar, y los chicos aprenderían en la edad correcta lo que deben aprender, si no hubiera tanto exitismo y resultadismo”, manifiesta y enseguida suelta un ejemplo: “Hay chicos que por su buena condición física se destacan a temprana edad, hacen 30 puntos por partido y ganan todos los torneos de infantiles. Y como es bueno con la derecha, el entrenador le hace hacer 20 bandejas por partido con la derecha, así hace la diferencia. Después, ese mismo chico llega a primera, hace una bandeja y a la segunda, dos tipos grandes ya no lo dejan llegar, uno lo defiende bien y el otro lo estampa contra la pared. Y ese chico se frustra, porque había sacado diferencia toda su carrera con una jugada que en la primera no puede ejecutar, y se quedó sin armas. No sos tan bueno en menores, ni sos tan malo en mayores. Lo que faltó ahí es enseñarle a ese chico a desarrollar el juego”.

El desarrollo de juego y la presión por ganar
“Hace años que me siento muy solo en esa lucha de priorizar el desarrollo del juego por sobre los resultados. Me miran raro y no lo entienden. ¿Ustedes saben los sopapos que se pegaba Manu Ginóbili en infantiles y cadetes? Se largaba a llorar de las frustraciones que se agarraba. Pero los entornos de ellos, de Manu o de Pepe, fueron muy especiales. Con un padre desacatado que te presiona es muy difícil”, argumenta Colamarino.
“Las estrellas están preparadas para soportar la presión, pero el chico que va entrenar en bicicleta, después de haber estudiado y comido cualquier cosa, porque tampoco tienen la misma alimentación que las estrellas, no está preparado para soportar las presiones que se le meten. Habría que bajar un cambio, pero no hay forma de hacerles entender”, dice, un poco desilusionado.
“Me considero un formador, más que un entrenador”, asegura. También le gusta estar en primera porque así tiene la posibilidad de poner a esos chicos que fue formando, no quiere quedarse solo con infantiles y cadetes. “Hoy hay que acompañarlos más a los chicos, necesitan más contención. El mundo es bastante más complicado de lo que creen los chicos, y las personalidades fuertes se hacen en la derrota. Yo quiero ver quien está al lado mío en las malas, en un velorio, cuando no tengo plata o cuando tengo una enfermedad complicada. No me interesa estar en los cumpleaños y en esas reuniones en las que somos todos pseudoamigos”, afirma.

El origen de la Generación Dorada
“La Generación Dorada se formó casi por naturaleza. En la misma generación, salieron cinco chicos, todos en puestos diferentes, con una cabeza híper competitiva, con un hambre tremenda y ganas de mostrarle al mundo algo. La inteligencia y la personalidad de cada uno fueron fundamentales. Y hay que darle mérito a Rubén Magnano que fue el único que consiguió resultados maravillosos con esos chicos, ganó una olimpiada y salió subcampeón en un mundial. Además, no era fácil de dirigir a Pepe, Manu, Scola, Nocioni u Oberto porque son tipos que saben mucho de básquet y a los que no podes decirle dos o tres cosas así nomás. Y Magnano supo manejarlos”, explica. Colamarino detesta el exitismo, y vuelve a cargar: “¿Quién es el ganador nato? Manu Ginóbili llegó a la Selección Argentina a los 20 años, no ganó nada ni en Bahía ni en Liga Nacional. Sí ganó con la Selección Argentina, un sólo título, no 53. Esa camada, con Rubén Magnano a la cabeza, demostró algo más que ganar algo, porque cuando éramos subcampeones del mundo estábamos todos contentos igual, ellos dejaban algo, como lo siguen dejando. Marcaron un camino”, sostiene.

El techo de Fjellerup y Thygesen
Máximo Fjellerup y Fermín Thygesen son dos jóvenes promesas del básquet argentino. Tienen 20 años y fueron formados en Argentino Junior de Tres Arroyos. Fjellerup está jugando en Bahía Básquet, en la Liga Nacional, e integra la Selección Argentina de mayores. Thygesen también pertenece a Bahía Básquet, pero actualmente está a préstamo en Viedma.
“Máximo Fjellerup no tiene techo. No voy a decir a donde creo que va a llegar porque eso genera mucha tensión y presión. Ellos aprendieron desde chiquitos, tanto Maxi como Fermín, que para ser profesional de esto se necesita mucho sacrificio y que hay que abstraerse de todo el contexto. Maxi está aprendiendo a fortalecerse desde la adversidad, porque no está en un equipo que gane el campeonato todos los años, y eso es bueno”, señala el bahiense. “A Maxi lo veía muy parecido a Pepe, hasta que un día el propio Pepe me dijo que era más parecido a Manu porque necesita la pelota en la mano, y es verdad. Tiene como virtud que es muy cabeza dura, se encierra en su mundo, no habla mucho de básquet con nadie y está buenísimo eso. A Maxi lo tuve tres años y a Fermín cinco, llegó más duro allá. Ojalá que el techo se lo pongan ellos y que hablen otro idioma y sumen muchos kilómetros en avión, pero por cómo se cuidan estos chicos, tienen carrera para largo, eso es lo importante”, dice.

Talentos futuros del básquet tresarroyense
“Veo constantemente chicos, no puedo decirte que no hay otros que puedan ser como Máximo, pero hay que hacer bien las cosas y enseñarles el desarrollo del juego”, prioriza el entrenador.

La Liga Nacional
“A mí siempre me gustó la Liga Nacional. Del ‘96 al 2000 estaban todos acá y había una Liga bárbara. Después, los chicos empezaron a irse más jóvenes y pareció como que perdía nivel, pero no es así, hay que estar bien parado para llegar y jugar. Me gusta el nuevo formato de juego, que se juega todos los días. No me gusta que haya tantos extranjeros, aunque entiendo por qué lo hacen, y creo que está muy profesional, es una liga competitiva y atractiva”, asegura.

Pasión
“Que te guste el básquet, es que te guste el sacrificio. Yo entreno hace 26 años de lunes a lunes sin pensar cuando es feriado o fin de semana largo, vivo para esto porque me apasiona. Nunca pensé en la plata, no me importa, alquilaré toda mi vida y no tengo problema. Conozco gente que gana plata pero que se levanta todos los días para ir a laburar de algo que no le gusta y que está contando los días para que lleguen las vacaciones o el fin de semana largo, y así viven estresados. Yo sé que no me voy a hacer rico con esto, pero lo hago con pasión”, concluye.

Con “Manu” Ginobili, de visita en casa de Gabriel

“Hace años que me siento muy solo en esa lucha de priorizar el desarrollo del juego por sobre los resultados. Me miran raro y no lo entienden”, plantea el entrenador

Con Pancho Jasen en Madrid, en el año 2006

“Que te guste el básquet, es que te guste el sacrificio. Yo entreno hace 26 años de lunes a lunes sin pensar cuando es feriado o fin de semana largo”, sostiene Colamarino

Con “Pepe” Sánchez en Málaga, en 2006

Estudiantes de Bahía Blanca, Liga Nacional 1997

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