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“EL ARGENTINO” Y SU IMPACTANTE COLECCIÓN DE PUBLICACIONES EN CLAROMECO

Torre de papel

Ricardo Galetto maneja “El Argentino” con la pasión de un lector y la precisión de un ajedrecista. Sabe dónde está cada libro, aunque tiene miles de volúmenes de todos los tiempos, y puede atrapar a un cliente con su atractiva charla y un ejemplar de una revista casi centenaria en sus manos. Unica en su formato de compra, venta y canje, la librería de la avenida 26 se ha convertido en una cita obligada para quienes visitan Claromecó. Y guarda tesoros únicos, que “El Periodista” tuvo la oportunidad de descubrir  

Febrero 2015
Para Ricardo, el valor de los volúmenes lo da el mercado y, casi siempre, su propia capacidad de observación de reglas no escritas que fijan cómo y por qué podrá canjearse o adquirirse el objeto de deseo del lector

Para Ricardo, el valor de los volúmenes lo da el mercado y, casi siempre, su propia capacidad de observación de reglas no escritas que fijan cómo y por qué podrá canjearse o adquirirse el objeto de deseo del lector

Borges imaginó el paraíso bajo la forma de una biblioteca. Para un lector apasionado, no sería raro entonces imaginarlo en los estantes de una librería, que como valor agregado está a pocas cuadras del mar, escenario que invita a una experiencia de lectura única. Sin embargo, cuando Ricardo Galetto conoció Claromecó, no imaginaba que allí instalaría otro de sus locales de venta y canje de libros. Llegó invitado por su pareja, en medio de un típico ‘estresazo’, y aunque siguió compartiendo su tiempo entre la villa y Buenos Aires, eligió convertir a “El Argentino” en un clásico local claromequense. “Al que me dice que no conocía la librería le entrego un mapa. Si no viniste acá no conocés Claromecó”, dice, rodeado de estantes en los que se puede encontrar desde un libro en griego o japonés hasta una revista Labores de la década del 50. Afuera, sobre la vereda de la avenida 26, están las mesas de ajedrez donde despunta su otra pasión, en una que otra partida con locales o visitantes.
“Vine por tres días. Al segundo día lloviznó, y cuando quise comprar un libro o una revista empecé a preguntar y vi que no había dónde hacerlo. El remisero me mandó a Tres Arroyos. Entonces me crucé a una inmobiliaria que hay acá enfrente, me mostraron este local, el muchacho sacó el cartel, me dio la mano y a los cuatro meses me vine con todo para acá. Tenía cuatro librerías, tres en Buenos Aires y una en Mar del Plata, así que esta fue la quinta ‘El Argentino’. Pero cerré las otras, cansado de que siempre me llamaran por malas noticias, como robos, roturas, y me quedé con esta. Mi novia venía desde chica acá, desde hace unos 30 años, y yo decidí acompañarla en esa oportunidad hasta que me decidí a vivir acá, votar acá e ir solamente a Buenos Aires a jugar al ajedrez y comprar libros”, asegura.
Pasar por “El Argentino” implica acostumbrarse a los horarios flexibles, y también, por qué no, mirar y disfrutar de los volúmenes que ofrece mientras Galetto disputa una partida de ajedrez afuera. Y a pesar de la enorme cantidad de material que dispone, Ricardo sabe exactamente dónde está cada cosa, al punto tal que siempre tiene un libro disponible cuando alguien le consulta sobre determinado tema o le advierte curiosidad por tal o cual revista o autor. “Yo manejo el caos, el orden es algo sencillo (risas). A lo sumo puede pasar que alguien que revisa algo acá, después lo deje allá. Hay muchas cosas antiguas, viejas no porque es una fea palabra, libros de cuando eramos chicos nosotros, nuestros padres y nuestros bisabuelos. Hay cosas del 1900, e incluso puede haber uno de 1800 y pico”, señala. Las mesas y los anaqueles le dan la razón, ya que es posible conseguir desde atractivas historietas de los 60, 70 y 80 hasta las añoradas enciclopedias que eran casi un símbolo de status doméstico hasta que el uso de Internet, injustamente, relegó.
El material está estratégicamente ubicado en dos locales contiguos, uno de los cuales está pensado para que lo recorra toda la familia, mientras que en el otro hay publicaciones para otro tipo de demanda, que excluye al público infantil precisamente para que los adultos puedan recorrer tranquilos y encontrar afinidad con sus intereses.

Tesoros de papel
¿Pero cuánto valen estos tesoros?, cabe preguntarse, mientras se hojea una novela breve de Willa Cather, ganadora del Pulitzer en 1923 y muerta en 1947, un nombre prácticamente ausente de las librerías que está, claro, en “El Argentino”. Para Ricardo, el valor de los volúmenes lo da el mercado y, casi siempre, su propia capacidad de observación de reglas no escritas que fijan cómo y por qué podrá canjearse o adquirirse el objeto de deseo del lector. “Vendo libros desde los 11 años. Así que conozco a la gente como ellos a mí. Lo primero que busca la gente es el trato. Los libreros son dinosaurios en extinción quizá por voluntad propia, porque se pasan mucho tiempo en su mostrador, leyendo; y los de ahora son chicos jóvenes que pueden vender porque tienen una computadora. Si se les cae el sistema, sonamos porque no pueden encontrar el libro, ni el precio, ni nada. ‘Se me cayó el sistema, se me cayó el sistema’, repiten como robots. Sin embargo yo no me considero librero, porque el verdadero sabe muchísimo, sabe quizá demasiado. Cuando era chico, yo iba a una librería y le preguntaba a quien me atendía por determinado libro, y era capaz de decirme ‘es la edición española del año tal, traducida por fulano, lo tengo y vale tanto’. Después se dirigía a la estantería y lo tomaba exactamente de donde estaba. Pero eran tipos que se pasaban todo el día leyendo y acomodando. Yo soy sólo un vendedor de libros, una persona que le da acceso a la cultura a la gente. Pero soy capaz de preguntar qué te gusta leer, y siempre encuentro algo para vos, y eso hace que al mismo tiempo vos quieras llevar algo para tu mamá, y así”, considera.
Buena parte del material a la venta en “El Argentino” proviene de la sagacidad para comprar de Ricardo, que recorre librerías a punto de cerrar y sabe qué le conviene traer a su local en Claromecó. “El último muchacho que me vendió su librería, en Belgrano, Buenos Aires, me prestó hasta la plata para traer los libros en camiones. No podía pagarle hasta la temporada, sin embargo actuó de esa manera. Es que llevo tanto tiempo en esto que le vengo comprando libros a generaciones, hoy visito a los nietos de los primeros que me vendieron material”, asegura Galetto.
“Uno viene a Claromecó y mientras espera la comida en La Gallina Turuleca, puede venir a mirar los libros. Así que acá hay comida para el cuerpo y para el alma. Y la gente consigue cosas que usaba de chica, en la escuela, o el libro que leyó alguna vez de joven en una biblioteca y que pensó que jamás volvería a ver, y está acá, por el valor de un libro nuevo, o menos, porque si se trae material para canjear, se puede pagar mucho menos. El otro día, un hombre de más de 70 años lloraba revisando una publicación, y se ocultaba, quizá por vergüenza. Esto es algo filosófico, porque ese material que vos me traés me permite seguir existiendo. No es un negocio como otros. Me he dado cuenta que los libreros piensan en plata, mientras que para mí esas cosas que suceden aquí dentro no tienen precio”, sostiene.

Piezas únicas
Entre varias curiosidades que atrapan en las mesas de “El Argentino”, hay fotografías originales verdaderamente sorprendentes. Está el ex presidente Juan Domingo Perón, el dirigente gremial asesinado José Ignacio Rucci, entre otros personajes, todas en blanco y negro y con sellos que ratifican su origen. “Las he comprado en algún lote con libros, algo que suele pasar con frecuencia. Uno va a comprar libros y le ofrecen otras cosas, y aunque le digo a la gente que no es esto precisamente lo que vendo, termino llevándolas igual, y después llaman la atención”, advierte.
Su relación con los clientes, así como con quienes se le unen frente a un tablero de ajedrez, disciplina de la que ha sido representante olímpico argentino, tiene sus particularidades. Hay quienes le dejan dibujos, o simplemente pasan horas entre los estantes buscando alguna sorpresa que, por magia del interminable mundo que despliegan las páginas de un libro, siempre termina por aparecer. “Hasta me relacioné con el gobernador Daniel Scioli por el ajedrez. Y conversé una vez en Caballito con el ex general Balza, que me paró en la calle con su bolsita de hacer las compras, para preguntarme si era cierto que yo jugaba al ajedrez y mi opinión sobre ciertas tácticas y estrategias”, recuerda.
También hay una amplia variedad de publicaciones en idiomas extranjeros, como chino, alemán, griego y ruso, que tienen su público. “Hay cosas rarísimas. El otro día, una mujer dinamarquesa encontró un libro que había usado en la escuela, en su país. Esto es muy interesante, muy raro, y yo me divierto como loco acá, porque tengo contacto con gente de todo el país, incluso de otros lugares, que vienen acá a conocer Claromecó y les llama la atención el local. Y el público que viene es maravilloso. Quien entra acá, en principio, lee, así que eso ya es un plus. Y hay que tener en cuenta que Internet y otras tecnologías jamás podrán reemplazar a lo impreso. La computadora se llena de arena, no se le puede poner una firmita y una dedicatoria, no se puede envolver para regalo, no se puede llevar a la mamá o a la abuela algo nuevo ni siquiera parecido a estas revistas donde la moda se dibujaba a lápiz, o se ilustraba con fotografías pintadas. Hay publicaciones que son obras de arte”, advierte Ricardo.
En este sentido, rescata lo que dos mujeres le dijeron hace poco, en una visita al local de la avenida 26. “Usted no tiene idea de lo que hace. Piense esto, me dijeron, en Claromecó, después de las cuestiones naturales como la playa y el Vivero, después del Faro, viene su librería como negocio importante. Por eso viene gente de todos lados, porque este tipo de material no se puede conseguir en otros lugares. Ni siquiera en Tres Arroyos. Hay librerías, hay libreros, pero yo soy un delirante. Yo viajo en el tiempo aquí dentro. Me preguntan por una revista o libro y yo pienso cómo era, qué estaba pasando por ese entonces, dónde estaba yo. En una librería de nuevo, uno entra y pide Stephen King, te lo dan y punto, y es la primera vez que una persona lo va a tocar. Sin embargo, ¿quién sabe por qué manos pasaron estas publicaciones, qué historias tienen, qué encierran sus dedicatorias?”, se pregunta.
Y a propósito de esta cuestión, cuenta con orgullo que, poco tiempo atrás, descubrió en un libro de práctica de tiro una dedicatoria especial: firmada por el General Perón. “Me acordé que Perón practicaba tiro, así que lo tengo guardado para hacer analizar la firma. Y uno siempre encuentra sorpresas. ¡Una carta de amor! Una foto guardada, algo escrito en una página. En una librería de nuevo no pasa eso. Tal vez estoy loco, no tengo siquiera un número preciso para decir cuántos libros hay acá; la última vez compré 60.000. Y hace pocos días vino un muchacho que buscaba dos volúmenes de una enciclopedia de Sopena, y de cuatro que yo tenía, dos eran justamente los que él quería. Se los di, aunque no tenía dinero para pagármelos, porque considero que lo que vos buscás, es tuyo”, concluyó.

Cuando Ricardo Galetto conoció Claromecó, no imaginaba que allí instalaría otro de sus locales de venta y canje de libros. Llegó invitado por su pareja, en medio de un típico ‘estresazo’, y no se fue más

Pasar por “El Argentino” implica acostumbrarse a los horarios flexibles, y también, por qué no, mirar y disfrutar de los volúmenes que ofrece mientras Galetto disputa una partida de ajedrez

“Hay cosas rarísimas. El otro día, una mujer dinamarquesa encontró un libro que había usado en la escuela, en su país”, recuerda el vendedor de libros, como gusta definirse

El material está estratégicamente ubicado en dos locales contiguos, uno de los cuales está pensado para que lo recorra toda la familia, mientras que en el otro hay publicaciones para otro tipo de demanda

Entre varias curiosidades que atrapan en las mesas de “El Argentino”, hay fotografías originales verdaderamente sorprendentes del ex presidente Juan Domingo Perón y el dirigente gremial asesinado José Ignacio Rucci, entre otros

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