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CON 100
AÑOS, CORNELIA SONNEVELDT DE VERKUYL
ES LA HOLANDESA MAS ANTIGUA DE TRES ARROYOS
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Palabras mayores
Tenía apenas un año
cuando llegó a la Argentina en barco junto a su padre pastor y
su madre ama de casa. Hoy, con 100 recién cumplidos, Corrie Sonneveldt
es la holandesa más antigua de Tres Arroyos. Esta mujer centenaria,
que recuerda con precisión fechas, nombres y viajes, se brindó
lúcida y divertida a un diálogo exquisito con "El Periodista".
Un siglo, una vida, un crónica imperdible
Doña Corrie sonríe cuando recuerda sus
tardes de tenis con amigas, el nacimiento de sus seis hijos, los abrazos
de sus ocho nietos y bisnietos, los paisajes de Holanda, las enseñanzas
de su padre maestro y pastor. Y aunque todas las remembranzas humanas
remiten a la juventud, a la alegría de la maternidad, al calor
y la seguridad del vínculo paterno-filial, los recuerdos de Corrie
son diferentes. Porque los ha ido atesorando en una existencia de cien
años. ¿Y puede reproducirlos? Claro que sí. En su
magnífica casa de estilo inglés, con la que cumplió
un sueño de recién casada cuando todavía cocinaba
para su esposo Pedro y los peones en La Federación, el campo de
los Candia, compartió muchos momentos inolvidables de su vida centenaria
con "El Periodista"
Historias de inmigrantes
Cornelia Adriana Sonneveldt de Verkuyl, quien cumplió el pasado
16 de mayo cien años de vida, es la holandesa más antigua
de la colectividad asentada en Tres Arroyos desde fines del siglo XIX,
y por eso es también testigo privilegiada de la historia de estos
inmigrantes hoy profundamente arraigados a nuestra tierra pero con indisolubles
lazos con su Holanda natal. Llegó a la Argentina con sus padres
Antonio y Metje en 1910, cuando apenas tenía un año. Una
de sus hijas alcanza una foto, y allí se la puede ver vestida de
blanco, sentada sobre una butaca altísima, apenas una sonriente
bebe, flanqueada por el gesto cariñoso de sus padres, de rigurosa
indumentaria oscura. Fechada en Amsterdam, la imagen fue tomada antes
del viaje en barco desde Holanda a la Argentina, cuando Corrie aún
no tenía hermanos y el futuro era una incógnita disuelta
en la inmensidad del océano.
"En ese entonces todavía no tenía hermanos. Llegamos
cuando tenía un año, y nos instalamos, con mi papá
que era maestro, en Buenos Aires. Mi madre era ama de casa, y tuvo cinco
hijos más. Después de algunos años, nos fuimos de
Buenos Aires a Comodoro Rivadavia, donde mi padre también fue maestro",
recordó. Pastor de la Iglesia Reformada, Antonio Sonneveldt enseñaba
a sus hijos todo lo necesario desde su propia casa, y así aprendió
Cornelia sus primeras letras.
"Mi padre nos daba clases en holandés y en inglés",
evocó. Según sus hijas Eva y Matilde, en casa, Corrie sigue
hablando en neerlandés con parte de su familia, y hasta hace no
mucho tiempo le gustaba cantar y tocar, en un antiquísimo armonio
conservado de manera exquisita, canciones en inglés.
En el sur del país, donde su padre instaló a la familia
para cumplir su misión pastoral con los boers, colonos holandeses
en Sudáfrica que llegaron a la Argentina tras una cruenta guerra
con Gran Bretaña y se instalaron en la zona de Comodoro Rivadavia,
la familia de Corrie Sonneveldt vivió unos nueve años. "Después
nos volvimos a Holanda", apuntó la entrevistada.
La segunda ola
"En Holanda, mi padre hablaba tan bien de la Argentina que muchos
holandeses decidieron venir", aseguró Cornelia. Y esta campaña
"proargentina" de Antonio le depararía a la joven Corrie
el encuentro del amor.
Según cuenta Gerardo Oberman, historiador de la inmigración
holandesa en el país, el pastor Sonneveldt -un hombre fundamental
para el desarrollo de las Iglesias Reformadas en la Argentina-, difundió
las bondades de estas tierras entre sus connacionales en un momento en
que Holanda atravesaba duras condiciones económicas. Y como consecuencia
de su prédica, se producía la segunda inmigración
neerlandesa. "Llegaban así entre 1924 y 1925 los Bakker, Boonstra,
Bruines, Douma, Groenenberg, Karraij, Mulder, Ouwerkerk, Peetdom, Shening,
Terlouw, Van der Horst, Van der Sluis, Van der Velde, Van Strien, Veninga,
Verkuyl y Waterdrinker, muchos de ellos procedentes de Haarlemmermeer.
Estas familias se establecieron en zonas de San Cayetano, donde fueron
recibidos por los descendientes de holandeses de la primera migración
como la familia Zijstra y Olthoff. La llegada de estos holandeses, dio
nuevo impulso a la vida de la colectividad", puntualiza Oberman,
y en su nómina no pasa desapercibido el apellido Verkuyl. Entre
los recién llegados estaba Pedro Verkuyl, a la sazón esposo
de Corrie, quien en principio recaló como el resto en Buenos Aires,
para después trasladarse a campos de la zona de San Cayetano.
"Nos conocimos en Buenos Aires, y más o menos después
de un año nos pusimos de novios. Y también un año
después nos casamos. Mis padres lo tomaron bien, lo quisieron enseguida.
Mi primer hijo, de los seis que tuve, nació un año después",
contó Cornelia.
El campo y la ciudad
Recién casada, Corrie se instaló con su esposo Pedro en
el campo La Federación, que junto a otro establecimiento, La Polonia,
fueron escenario del cotidiano trabajo de los holandeses que años
después, en 1938, fundaron la Cooperativa Alfa. "Era un campo
grande, donde había muchos holandeses que trabajaban cada uno su
parte. Vivíamos en el campo, yo educaba a mis hijos, criaba pollos,
cocinaba para mi familia y los peones", puntualizó. Con el
paso del tiempo, por la cocina de Cornelia comenzaron a pasar, además
de los platos típicos de su país, los pucheros y los guisos
bien al estilo local.
Tiempo después, la familia se radicó definitivamente en
Tres Arroyos, donde los hermanos Verkuyl continuaron su educación
-que algunos habían iniciado en el antiguo Colegio Holandés,
con la modalidad de internado-, y Cornelia pudo disfrutar de las actividades
en la ciudad y del contacto fluido con sus amigas de la colectividad.
"Me gustaba tejer, bordar, y trabajé para la gente de la Segunda
Guerra Mundial, haciendo cosas para mandar, ropa, comida, y siempre estuve
en comisiones para beneficio de la Iglesia y del colegio. Y jugaba al
tenis", recordó, con una amplia sonrisa, mientras exhibía
sobre su cama una blanquísima colcha hecha con sus propias manos
hace 40 años. "En Huracán", destacó. La
práctica de ese deporte la compartía con sus amigas, mayoritariamente
mujeres de la colectividad holandesa, con las que durante mucho tiempo
participó de actividades religiosas y sociales, siempre relacionadas
con sus connacionales y sus descendientes.
De aquel viejo Tres Arroyos Corrie recordó los largos viajes en
tren desde Buenos Aires, y los rigurosos periplos en sulky desde La Federación,
cuando era necesario aprovisionarse de elementos que el campo no proveía.
Querida Holanda
La religión y las costumbres de su país natal permanecen
arraigadas en la personalidad de Cornelia, tanto como el recuerdo vívido
de los numerosos familiares con los que se escribió cartas durante
décadas. "Les escribí siempre, y me dolió no
poder hacerlo más", confió.
"El otro día, con el mismo vestido que ella usó hace
cien años para bautizarse, y que fuimos usando todos los miembros
de la familia, se bautizó una bisnieta", aseguró una
de sus hijas a modo de ejemplo de esas fuertes tradiciones.
Para Corrie, las cartas que intercambió con sus parientes, las
revistas en neerlandés que leyó a lo largo de toda su vida
-siguiendo las alternativas de la vida de la reina Juliana, que era de
su misma edad-, las novelas en inglés y por supuesto su lectura
en castellano son, de alguna manera, el sustento de su memoria hoy envidiable.
Y sobre todo los recuerdos de su querida Holanda, donde volvió
todas las veces que pudo, "primero en barco, y después en
avión", señaló. "Con mi hermano Antonio
recién nacido y mi otro hermano con dos años, se embarcó
a Holanda en una época en que los viajes en barco duraba un mes",
advirtió una de sus hijas, mientras Cornelia asentía evocando
aquella aventura.
Más tarde realizaría varios viajes a Holanda -donde viven
algunos de sus nietos y bisnietos-, pero también a otros países,
el último de ellos hace apenas 12 años. "Me gustaba
mucho viajar, fui a Suiza, Alemania, Italia, Estados Unidos, Canadá",
sostuvo. Sobre un mueble de su cuarto, una gran cantidad de tarjetas que
llegaron de distintos lugares para sus cien años testimonia sus
vínculos con familiares y amigos en cada lugar que recorrió.
"Fue muy trabajadora, y mantiene esa cultura del trabajo muy presente.
Siempre nos dice 'hay que trabajar', no estar sin hacer nada. Y fue siempre
muy holandesa, a pesar de tener solamente un año cuando vino a
la Argentina, aunque después volvió siendo adolescente y
le gustó mucho", advirtió una de sus hijas. Es que
como buena parte de su familia, Cornelia contribuyó a cimentar
junto a otras familias de inmigrantes las instituciones más importantes
de la colectividad en Tres Arroyos manteniendo viva la cultura y las costumbres
de su tierra natal. "Hubo que trabajar mucho", concluyó
con una nueva sonrisa. La cosecha: el enorme cariño de todos los
suyos, que la acompañaron en el festejo doble de su cumpleaños
y que hoy, para su alegría, le demuestran con abrazos y besos que
quieren tenerla consigo muchos años más.
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LA CASA DE CORRIE, EN ALVEAR
Y PELLEGRINI
Inglesa y con nombre quichua
"Un ingeniero del ferrocarril inglés
construyó esta casa, y le puso un nombre quichua, que significa
casa hermosa, y mi papá, que debe haberla visto muchas veces,
finalmente la pudo comprar y cumplirle el sueño a mamá,
que siempre había querido vivir en una propiedad que tuviera
las habitaciones arriba, como se acostumbra en Holanda", contó
Matilde, hija de Cornelia, a este periódico.
La casa de Alvear y Pellegrini, enclavada en medio de un maravilloso
jardín en el que no faltan los molinos típicos, mantiene
intacto el estilo inglés de la época, y desde hace
52 años, Corrie vive allí y descansa, por supuesto,
en una de las habitaciones de la planta alta. Amante de la jardinería,
el bello predio que rodea a la vivienda fue cuidado durante muchos
años por ella misma y su esposo Pedro.
Tanto en su habitación como en el resto de la casa se mezclan
las fotos actuales de la familia con las más antiguas. Entre
las primeras, sobresale una hermosa expresión de la dueña
de casa con una de sus bisnietas sentada sobre su falda. Una beba
que aparenta la misma edad que ella tenía en la imagen que
la retrataba junto a sus padres antes de dejar Holanda; entre las
segundas, la imagen de su padre, el pastor Antonio Sonneveldt, dictando
una conferencia mientras sostiene una boleadora indígena
de piedra entre sus manos.
"Ella nos pidió vivir toda su vida en esta casa. Y lo
estamos cumpliendo", dijo Eva Verkuyl a "El Periodista",
mientras exhibía con orgullo el antiguo armonio en cuyo derredor
la familia completa se juntaba para cantar canciones típicas
holandesas, pero también negro spirituals e himnos religiosos.
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