
Infografía

El pasado oculto
Como en la mítica novela de Julio Verne, “El Periodista” fue protagonista de un enigmático “viaje al centro de la tierra”. En un campo a 103 kilómetros de Tres Arroyos exploró una misteriosa caverna subterránea que alberga huesos humanos y fósiles de animales datados entre 10 mil y 200 mil años de antigüedad. La crónica de una experiencia única, en la que abundan las preguntas y escasean las respuestas. Exclusivo
Por Andrés Vergnano
Fósiles
La profesora Silvia Azucena Aramayo, licenciada en Ciencias Geológicas (UNS) y Master of Philosophy en Paleontología (Reading, Gran Bretaña), estimó que el material paleontológico hallado por Skou en la caverna corresponde a esqueletos de diversos mamíferos extinguidos. “El material clasificado permite asignar a los mismos al Pleistoceno tardío, estimado entre 10.000 años (cuando se extinguió la fauna aludida) y 200.000 años”. No obstante, para corroborar la antigüedad, sugirió necesaria una datación radiocarbónica
Según el nuevo y moderno manual del alumno mundial llamado Wikipedia, una caverna es una concavidad más o menos profunda excavada en una superficie rocosa. El imaginario popular, lejos de los saberes científicos, asocia la palabra a una formación en la sierra o montaña, o quizá en lugares llanos como nuestra geografía, a un hueco en una barranca ribereña. Pero resulta difícil, cuando no imposible, pensar la caverna debajo de nuestros pies, en el subsuelo, de forma vertical, oculta a la vista, un mundo invisible donde no penetra el sol.
En la estancia Nic’s Ranch, ubicada a 100 kilómetros de Tres Arroyos, apenas pasando el pasaje rural denominado “La Aurora”, una estructura de este tipo fue hallada en 1959, dada a conocer cuarenta años después, y aun hoy se mantiene prácticamente virgen, guardando secretos que esperan ser revelados.
Enigmas que han permanecido ocultos por ¿miles, decenas de miles, cientos de miles de años? La edad de la caverna, su origen, quiénes la habitaron, el tipo de actividad que allí se desarrolló, y qué hay dentro, son los interrogantes que desvelan al dueño del campo, Hugo Skou, quien accedió al pedido de visita de este periódico. Y un día de octubre abrió las puertas a ese fascinante mundo subterráneo, para dar vida a esta crónica exclusiva de “El Periodista”
Hallazgo casual
En 1959, un peón rural que realizaba tareas de laboreo en la estancia Nic’s Ranch, tuvo un percance con una herramienta. El arado de tres rejas cayó en un pozo y quedó estancado. Ante la dificultad para resolver en soledad el problema, llamó al propietario del establecimiento, Niels Christian Skou, padre del actual titular, un danés nacido el 20 de noviembre de 1922, para que lo ayudara.
Entre ambos sacaron el arado del estancamiento, y fueron a ver la causa del accidente. Era un pozo, surgido del corrimiento de una tapa de piedra. No era natural. La boca estaba tallada también en piedra, y debajo se abrían espacios en la tierra. El miedo, el temor, pudo más que la intriga. Decidieron bautizar el lugar como “la cueva del indio”, y dejarlo destapado, como una simple anécdota, para no volver.
Treinta años después
Treinta años después, Hugo Skou, hijo de Niels, decidió convocar a un grupo de amigos para explorar qué había en ese pozo. Sumó uno, dos y hasta trece compañeros. Con latas, utilizando la técnica de pasamanos, empezaron a sacar sedimentos. A medida que se abrieron paso, el lugar se transformó en caverna, deslumbrándolos. Descubrieron paredes de piedra, techos de piedra, columnas de piedra sobre las que se apoyan los techos. Y también restos de animales y huesos pertenecientes a humanos. La fascinación por ese mundo les hizo perder la noción del tiempo. Trabajaron durante meses todos los fines de semana, hasta 8 o 10 horas debajo de la tierra, sin ver el sol. Pero, ¿qué es lo que habían descubierto? ¿De qué se trataba ese espacio donde estaban hurgando?
No lo sabían. La ausencia de conocimientos científicos, y la decisión de mantener oculto el hallazgo por temor a una expropiación, conspiraban contra la dilucidación. Hasta fines de los ’90, cuando el gobierno de Carlos Menem privatizó la mayoría de YPF, y entendieron entonces que ese riesgo ya no se corría. Entonces el hallazgo se hizo a la luz.
Visitas científicas
Entre 1999 -en que se hizo público el descubrimiento-, y el año 2000, la caverna fue visitada por investigadores, a invitación del dueño del campo. Llegaron, en distintas misiones, científicos desde La Plata, Bahía Blanca y Buenos Aires.
Incluso un japonés, que no se sabe cómo se sintonizó, pero apareció un día diciendo que se dedicaba a recorrer cavernas por el mundo y en conocimiento del hallazgo pedía permiso para visitarla. Concedido que le fue, se enfundó en un traje especial y se metió solo en la profundidad de la tierra. Cuando salió, le dijo textualmente a Hugo Skou, según recordó: “Flaquito, vos no sabés lo que tenés”. Reflexionó el agricultor que “nunca supe más nada de él, de lo que dijo ni porqué lo dijo. Era un loco de las cavernas”.
Skou, quien destacó al tresarroyense Alfredo Morán como uno de los primeros en visitar el sitio y agradeció el esmero y tesón puesto de manifiesto, indicó que no tuvo buenas experiencias con la mayoría de los científicos. En gran medida, el celo por el patrimonio y la desconfianza sobre el destino que podría darse al lugar y los materiales, minaron la relación sin dejarla prosperar.
No obstante, algunos de los profesionales dejaron su impresión escrita, como la profesora Silvia Azucena Aramayo, licenciada en Ciencias Geológicas (UNS) y Master of Philosophy en Paleontología (Reading, Gran Bretaña), quien junto al licenciado Roberto Schillizi, doctor en geología de la UNS, y un equipo periodístico de La Nueva Provincia visitaron el sitio en 1999.
Entre 10.000 y 200.000 años
Aramayo estimó que el material paleontológico hallado por Skou en la caverna corresponde a esqueletos de diversos mamíferos extinguidos, y destacó dos de ellos.
Un trozo de 120 centímetros cuadrados, correspondiente a un sector lateral de la caparazón de un glyptodonte, denominado Sclerocalyptus ornatus. Una suerte de “peludo gigante”, que es frecuente en los sedimentos del Pleistoceno tardío (cuaternario) de la provincia de Buenos Aires. El glyptodonte medía 1,80 metros de longitud y 0,70 de altura.
También se encontraron molares aislados, pertenecientes al Scelidotherium, un edentado xenartro extinguido, de hábitos herbívoros, emparentado con los perezosos arborícolas de la selva amazónica. Su talla era semejante a la de un oso, y sus restos son frecuentes en el Pleistoceno del territorio bonaerense.
Según Aramayo, “el material clasificado permite asignar a los mismos al Pleistoceno tardío, estimado entre 10.000 años (cuando se extinguió la fauna aludida) y 200.000 años”. No obstante, para corroborar la antigüedad, sugirió necesaria una datación radiocarbónica.
La última visita de un equipo profesional a la caverna fue en noviembre del 2000, y la expedición correspondió al Grupo Espeleológico Argentino (GEA), que dio cuenta de la excursión en su boletín número 32, de mayo del 2001. Citó allí que los investigadores fueron la licenciada en Geología Silvia Barredo, el geógrafo matemático Eduardo Tedesco, ambos del GEA, y la bióloga Tish Hockenberry, de la Nacional Speleological Society de Estados Unidos. El informe da cuenta que se estaba trabajando sobre la cartografía de la cueva, pero que el dibujo definitivo debió posponerse “en virtud de urgentes gestiones para preservar otras cuevas bonaerenses amenazadas”.
“No sabemos lo que hay acá abajo”
Hugo Skou estuvo con todos los científicos que se llegaron al sitio. Y su sensación es que la caverna “los desconcierta. No saben, tejen muchas cosas, se confunden. Ven la chimenea tallada (nombre que se le adjudica al agujero de acceso), las paredes, túneles perfectos… no es natural, está hecho a mano”. Acotó que para cada hipótesis que se elabora, hay un argumento que la contraría.
Las estimaciones son de los más variadas e imprecisas. Solo un estudio serio, constante en el tiempo, con técnicas adecuadas más allá de la simple observación, permitiría dar una valoración sólida, contundente.
Hasta acá, según Skou, “se ha dicho de todo. Que puede tener entre 10.000 y 200.000 años; que puede tener entre 500.000 y 1.000.000 de años; que puede datar de la formación del hombre…. No hay certezas de ningún tipo, pero lo que yo sí sé es que lo que he encontrado acá son cosas muy antiguas”, dijo.
El sitio encierra secretos, enigmas, que aguardan por ser develados, cualquiera sea la respuesta que se obtenga, y en la que Skou ha depositado amplia expectativa. “Acá abajo no sabemos lo que hay, aunque estoy seguro que posee un valor incalculable”, dijo a “El Periodista” cuatro metros bajo tierra, durante el recorrido por la caverna.
Video
Mundos paralelos
El establecimiento Nic’s Ranch tiene 465 hectáreas y está pasando el paraje rural denominado “La Aurora”, a 103 kilómetros de Tres Arroyos. Allí, a 1000 metros del casco de la estancia, en medio de un lote destinado en esta campaña al cultivo de cebada, está la misteriosa caverna.
“El Periodista” llegó al lugar junto al propietario del campo, Hugo Skou, y un productor vecino, Patricio Pinel. Con ellos, por primera vez en los últimos diez años, este periódico tuvo acceso a la caverna, siendo protagonista de un mágico viaje al centro de la tierra.
En medio del lote, un espacio de 100 metros por 100 metros no está sembrado, se preserva por indicación de Skou, y el arrendatario del campo cumple con la premisa. Debajo de la superficie se extiende la caverna. “Se podría pasar la máquina, porque la caverna tiene techo de piedra dura, pero no lo hacemos por precaución”, explicó.
En medio del árido espacio delimitado, un tambor con tapa metálica marca la entrada. Está hecho a la medida del hueco de piedra, y cerrado con traba y candado, bloqueando y protegiendo el acceso.
Diez años después de haberla abierto por última vez, en ocasión de ser visitada por un equipo del Grupo de Espeleología Argentino (GEA), Skou utiliza ahora la llave para permitirnos ser parte de la aventura de descender en el espacio, y también en el tiempo.
Nos sitúa geográficamente. La caverna está en la parte más alta del campo, a 237 metros sobre el nivel del mar y a 56 metros de la profundidad donde se encuentra el agua. Desde el lugar, en línea recta, hay 100 kilómetros a Sierra de la Ventana y 80 kilómetros al mar.
Ya la tapa ha sido quitada. Lo que asoma, debajo del tambor, es el orificio de ingreso original. Tiene “un contorno circular, de 0,60 centímetros de diámetro, y fue labrado en una tosca (banco calcáreo) de color blanquecino, bien resistente”, según definió el geólogo Schillizi en 1999.
Cuelga desde allí una pequeña escalera de hierro. Aproximadamente 2,80 metros de altura separan la superficie del fondo. Hay que ingresar con los brazos apretados al cuerpo, pues de otra manera se corre riesgo de quedar atorado.
Una vez en la caverna, dos son las sensaciones que priman. Por un lado, la oscuridad. Lo único que se ve es un haz de luz que ingresa por el orificio de acceso, y que prontamente se pierde. Las linternas y luces de emergencia se constituyen en herramientas fundamentales para poder moverse. El segundo cambio evidente es climático. De los 23 a 24 grados de la superficie a 7 grados en la caverna, una temperatura que se mantiene constante en verano e invierno, según comentó Skou y ratificó un raído termómetro colocado en una de las paredes.
Skou hace algunas apreciaciones. El tiempo de charla permite aclimatar los ojos al nuevo y oscuro escenario. Indica lo que ya hemos notado, el aire es húmedo, sin embargo no se observan brotes de agua, y tampoco hay signos de gases tóxicos. El oxígeno es poco, pero bueno. Según el anfitrión, los especialistas han coincidido que en algún lugar tendría que haber otra “chimenea”, es decir un agujero igual al que usamos para entrar.
Cada uno de los integrantes de la expedición lleva una linterna. Skou encabeza la fila. Pronto habrá que ensuciarse para progresar. Mientras se avanza por una suerte de galería central, el espacio es medianamente amplio, aunque hay que moverse ocasionalmente en cuclillas o agachándose para no golpear contra la piedra. A medida que la galería central se abre en túneles, la altura disminuye notoriamente. Ahora hay que reptar.
Según Skou, “nada sobrevive en la caverna cerrada, solamente un insecto, el grillo de las cavernas”, que más tarde vendrá a nuestro encuentro, para mostrarse como el amo y señor con vida de ese lóbrego mundo escondido.
La mayor parte del tiempo nos movemos sobre sedimento suelto, que se remueve fácilmente con la mano. Todo lo cubría hasta que Skou y sus amigos decidieron explorar, algunos años atrás. Desde hace una década la tarea está paralizada. El dueño del campo que encierra quizá uno de los secretos mejor guardados de la región, tiene miedo de estropear el escenario. “Lo quiero dejar virgen, que no pierda validez en ningún sentido”, aclaró.
Del total de la caverna, estimó Hugo que no debe haber más de un 10% excavado. Es decir que hay un 90% de la superficie aún por explorar. Y de esa decena trabajada, indicó que el 90% de los fósiles aún se encuentran abajo.
En un momento, un tanto agotados, nos sentamos a descansar en lo que, estimó Skou, podría ser un “comedor”. Un espacio redondeado, bastante amplio, a 4,50 metros de la superficie, que sería la profundidad máxima de la caverna, al menos actualmente.
“Acá encontré el glyptodonte –explicó, mirando al suelo-. La teoría indica que lo mataron afuera, y lo entraron en partes, para ser consumido en el interior, quizá en este mismo lugar, en ronda. Está claro que un glyptodonte, por su tamaño, nunca pudo ingresar vivo a la caverna, ni tampoco lo pudieron entrar entero, si tomamos en consideración la que hasta hoy es la única entrada”.
En el regreso por túneles de piedra que se comunican entre sí, esquivando enormes columnas redondeadas de piedra que sostienen el techo de la caverna, también de piedra, Skou cuenta una anécdota. “Si apoyás un hueso encontrado acá sobre la lengua, le genera una atracción, como si la imantara. Ves esas manchas –dijo, señalando una pared de piedra-, es un mineral que se emplea en la fundición. Que eso esté ahí habla de la antigüedad de este espacio”.
Ha pasado un largo rato, quizá una hora, tal vez más. Abajo, en la oscuridad, se pierde la noción del tiempo. Estamos listos para emerger. Primero lo hace Pinel, luego Hugo Lelouche, nuestro fotógrafo. En la caverna solo quedamos Skou y yo. Intuitivamente, ambos giramos para dar una última mirada al enigmático espacio que queda detrás de nosotros. “Yo tengo mucha curiosidad, cada vez que me voy lo hago con ganas de quedarme. Siempre digo que no pararé hasta sacarme la duda, no me puedo morir con tantos interrogantes”, confesó, y enumeró: “¿Quién puso la piedra que selló el agujero? ¿Quién fue el que utilizó la caverna por última vez y se marchó, como lo haríamos nosotros, cerrando la puerta o apagando la luz, como quieras llamarlo? ¿Por qué se fue? ¿Pensó en volver? ¿Cuándo sucedió? ¿Qué había acá adentro, y que sucedía allá afuera?”. Son varias cuestiones en una pregunta, la pregunta del millón
Créditos
Producción General, Realización Periodística y Dirección Lic. Andrés Vergnano
Video y fotografía Hugo Lelouche
Edición de video Ariel Wolfram
Diseño Susana Poulsen