SALEN A LA LUZ, A TRAVES DE LA DONACION DE UN EX RESIDENTE, CASI CIEN FOTOS INEDITAS DEL HOGAR "EL AMANECER"
Fotos de familia
Como una forma de reconstruir su paso por el Hogar “El Amanecer” y agradecer el apoyo de quienes lo ayudaron en esos diez años esenciales de su vida, entre la infancia y la adolescencia, Alberto Amaya cedió a “El Periodista”, y a través de esta publicación al Museo Mulazzi, una colección de casi cien fotografías que recrean la vida en la institución y que son memoria viva de un tramo de la historia tresarroyense. Documento exclusivo
En 1917, el reverendo J. W. Cook, integrante de la Misión Sud Americana del Ejército de Salvación, fundó el Hogar de Niños El Amanecer en Tres Arroyos. La primera sección de la casa que albergaría a los residentes se habilitó en 1919. Y cuando la institución cumplió 50 años, ya eran más de medio centenar los chicos alojados en el recordado edificio. Además, como mencionara en una publicación especial por el aniversario el jefe territorial Hjalmar Eliasen, el Hogar también contaba con una granja, El Albor, donde aprendían tareas rurales, y una imprenta en su sede principal, donde hicieron sus primeras armas muchos trabajadores gráficos tresarroyenses. Fue en 1965, a los 7 años, cuando Alberto Juan Amaya ingresó al Hogar. Había nacido en Mar del Plata, y su madre trabajaba para el Ejército de Salvación en un Hogar similar al local, pero en Quilmes. Era soltera, y cuando falleció tempranamente de cáncer a los 33 años, Alberto quedó bajo la tutela de la entidad. “Me trajeron a Tres Arroyos -evocó ante “El Periodista”, de visita en la ciudad donde transcurrió su infancia y adolescencia-, y acá hice la escuela primaria, y la secundaria en el Colegio Jesús Adolescente. Egresé en 1976 y me fui a La Plata con una beca de Rotary Club. Después de tanto tiempo ‘encerrado’, se podría decir, me fui a vivir a un Hogar Universitario que también era del Ejército de Salvación, y lo que menos hacía era estudiar. Quería disfrutar de la libertad. Estuve estudiando medicina dos años, pero entonces la beca se anuló y tuve que empezar a buscar mi camino”.
Amaya ha atesorado con el tiempo una interesante cantidad de fotografías -algunas están en estas páginas, y todas serán entregadas al Museo Mulazzi-, de lo que era el Hogar en su infancia, la granja, la banda de música, los juegos y los trabajos que los chicos hacían, con la idea de que aprendieran oficios que les permitieran defenderse en la vida. Con esas herramientas, él salió a construirse su propia subsistencia hasta llegar al presente. “Vendí libros, vendí seguros, diarios, y después entré al Banco Municipal de La Plata como ordenanza, para luego pasar a la parte administrativa. En 1992 me fui con un retiro voluntario, y en ese momento estaba estudiando Administración de Empresas a nivel terciario, e hice la tecnicatura en Saneamiento Ambiental. Además, me recibí de licenciado en Enfermería, para trabajar luego en el Hospital Sor María Ludovica, donde hasta hoy estoy con tareas menos activas, más destinadas a la administración, y también me he desempeñado como técnico en seguridad e higiene en YPF”, contó.
Cuando Alberto llegó al Hogar, lo dirigían el mayor Pablo Nicolasa y su esposa. “Nicolasa había sido pupilo, y su señora era tresarroyense. Cuando ellos se fueron, vinieron los mayores De los Santos, y después, nuevamente pero por un breve período, los Nicolasa. En ese momento el Hogar tenía la imprenta, una granja y la estación de servicio City Service, que estaban en el cruce de las rutas 3 y 85. La actividad nuestra, en aquel momento, era trabajar en el Club Cazadores, en el Tiro Federal y en el Golf, como caddies, además de hacerlo en la estación de servicio. Porque en esa época, cuando los chicos terminaban el primario, no hacían habitualmente el secundario sino que se iban a trabajar al campo. Uno de los primeros residentes que hizo la secundaria fue Juan Pablo Molina, hoy médico, jefe de Guardia en el Hospital de Florencio Varela, que fue al Colegio Jesús Adolescente –egresó con Mario Gramisu, con Turienzo-, y después se fue a estudiar a La Plata, algo que más tarde también harían otros muchachos que vivieron en el Hogar”, rememoró.
Escrito en las páginas tresarroyenses
De aquellas épocas, Amaya guarda muy buenos recuerdos. “No quiero que la historia del Hogar pase desapercibida, tiene que estar en la historia de la ciudad. Recuerdo que se hacían las colectas anuales, y había una época en la que funcionaba el padrinazgo, del que participaban el doctor Hugo Cereijo, su madre, la Casa del Pantalón –que colaboraba mucho con los trajes y uniformes-, y una comisión de damas. El padrinazgo era una manera de que los chicos sintieran lo que era una familia, y entonces los fines de semana, podían salir con los padrinos a tomar una merienda, a compartir alguna actividad. Algunos tuvieron mala suerte con ese padrinazgo, y otros se comprometieron mucho con su rol, como Susana Jury, madrina de Juan Pablo Molina, que estuvo al lado de él incluso mientras cursaba su carrera universitaria. En el Hogar había 60 chicos, y la necesidad de afecto, de una familia, estaba presente. No es como ahora que uno va a un Hogar de este tipo y se encuentra con un gran equipo de personas: en aquel momento, estaban los directores, alguna persona que colaboraba y los más grandes que cuidaban a los más chiquitos”, reflexionó.
Lo fundamental por entonces, recordó Alberto, era el fuerte apoyo que la sociedad tresarroyense le daba a El Amanecer, y como contraprestación, la formación que los chicos adquirían para insertarse laboralmente en la misma comunidad. “Se criaban animales en la granja, pero muchos alimentos venían de donaciones del pueblo. En la granja también se ordeñaba, se le daba leche al Colegio de Hermanas y también se vendía, para recaudar fondos, a una heladería que estaba en el centro, La Cipriana. Y además nosotros elaborábamos quesos y dulces. Estaba también la imprenta, donde muchos aprendieron el oficio de gráfico, porque en aquel momento existía la figura del aprendiz, que desapareció por cuestiones legales, y que permitía que los chicos nos formáramos para trabajar. También se explotaba la estación de servicio, y al lado, en el cruce de rutas 3 y 85, la granja. Para trabajar en el despacho de combustible nos entrenaron en Buenos Aires, porque City Service era una cadena inglesa”, describió.
“Un negocio arrasó con la historia”
Como correlato del impactante álbum fotográfico que Amaya compartió en estas páginas con los lectores de “El Periodista”, el ex residente del Hogar El Amanecer quiso, fundamentalmente, agradecer y reconocer la labor de quienes llevaban adelante la encomiable tarea de sostener la infancia y adolescencia de tantas decenas de chicos que no contaban con el sustrato familiar indispensable. Y también reflexionar acerca de la desaparición del edificio donde vivió diez años que lo marcaron para siempre.
“Es que un vil negocio inmobiliario arrasó con una parte muy importante de la historia de Tres Arroyos, y de nuestra historia. Y para mí eso es terrible. Si hoy, en distintos lugares del país, se preservaron edificios que fueron centros de tortura y se cambiaron para bien, pero existen, no se entiende cómo acá primó antes lo económico que lo cultural. Y está pasando lamentablemente lo mismo con emprendimientos que avasallan la naturaleza, lo he visto en Reta donde vengo siempre porque trabajé de muy joven allí, no se protege nada”, sostuvo.
Mientras tanto, Alberto evoca cuando puede aquellos tramos de su vida reuniéndose con amigos, viajando a Tres Arroyos cuando tiene oportunidad, y dejando su legado en un espacio donde otros vecinos puedan consultarlo y conocerlo. “Por eso los elegí a ustedes (N. de la R.: Por “El Periodista”), para que la gente vea estas fotos, recuerde a las personas que tanto ayudaron al Hogar, a los que se formaron allí, y después pueda ir a conocer el resto del material al Museo. Me pasó a mí, que encontré familiares por casualidad, y sé que uno necesita saber de dónde viene, cuáles son sus orígenes. Me junté, incluso, el año pasado, con mis compañeros de secundaria para celebrar 41 años de egresados Me gusta venir a Tres Arroyos, abrir la ventana del micro -cuando viajaba así-, y sentir el olor del campo. Y así como yo he querido conocer mi historia, para después poder elegir con qué quedarme y con qué no, entiendo que la comunidad puede tener la curiosidad de hacer lo mismo, y el Hogar El Amanecer no puede quedar afuera”, concluyó.